Las
espirales del debate sobre extractivismo y los nuevos tiempos para América
Latina
Emiliano Teran Mantovani*
Hay claros indicios
de que estamos frente al agotamiento de un ciclo político en América Latina, y
en el tránsito hacia otra fase que nos enfrenta a una serie de amenazas de
diferentes grados para los pueblos de la región. Es importante destacar que los
diversos procesos de lucha social latinoamericanos suelen estar, en buena
medida, atravesados por el
carácter cíclico de nuestras economías, que influye poderosamente en las
movilizaciones sociales, en la legitimidad del sistema político, en la relación
entre el poder constituido y el poder constituyente, y en la composición
política del Estado en un momento determinado. Esto evidentemente ha marcado
las dinámicas de transformación de los últimos años, y marcará las que vendrán
en el futuro.
Los debates sobre extractivismo toman aún más importancia en la
actualidad debido a varias razones, de las cuales destacamos dos:
a) después de 10-15 años de estos procesos de transformación política,
social y cultural en la región, lo que tenemos como saldo es, junto a un
robustecimiento de nuestro carácter primario-dependiente, una gran expansión de
las fronteras extractivas, avanzando en muchas ocasiones sobre territorios
“vírgenes”, o que habían sido muy poco impactados por la modernización
capitalista. Este avance extractivista se incrusta en nuestros territorios no
sólo por la vía de infraestructuras, sino también mediante varios acuerdos de
mediano y largo plazo con empresas transnacionales, al tiempo que se siguen
explorando y negociando nuevos enclaves de extracción, muchos de ellos de
fuentes no convencionales.
Si mapeáramos los
diversos proyectos de explotación de la naturaleza en los países latinoamericanos,
podríamos advertir con gran preocupación cómo cada vez más territorio es
comprometido, hipotecado y/o ocupado por la lógica de despojo y depredación del
capital, tanto si hablamos de gobiernos francamente neoliberales (donde
destacan Colombia [1]
[2],
Perú [1]
[2] y México), hasta
llegar a los denominados “progresistas” (como por ejemplo los casos de Ecuador [1]
[2]
[3],
Bolivia
y Venezuela [1]
[2]).
Ya se ha subrayado en otros momentos las crecientes consecuencias económicas,
ambientales, políticas, geopolíticas, sociales y culturales de profundizar el
carácter extractivista de nuestros modelos de sociedad;
b) al parecer, una segunda fase del nuevo extractivismo
(neoextractivismo) en América Latina se configura entonces sobre la base del
desgaste, ralentización y estancamiento de los procesos de transformación
recientes en la región, con una tendencia progresiva a la mutación del perfil
social reivindicativo que han tenido buena parte de los gobiernos
latinoamericanos en los últimos años, hacia formas híbridas y más complejas de
acumulación por desposesión ‒esto es, lo que hemos llamado el «neoliberalismo mutante»‒, que podrían apuntar a políticas más
crudas, ortodoxas y explícitas de neoliberalismo. Un “cambio de época” como
este para América Latina, supondría que los dispositivos de dominación que se
desprenden del extractivismo sería más tenaces y agudos.
La
configuración de nuevos tiempos y escenarios para la región ha hecho al mismo tiempo
brotar nuevas espirales en el debate sobre extractivismo, a la vez que la
necesidad de enfrentar futuros desafíos exige intentar caracterizar los flujos
y corrientes de poder político y epistemológico que se desprenden de ellos.
Aquí proponemos 7 hipótesis de trabajo para la discusión sobre viejos y nuevos
tópicos que se han vinculado a los debates sobre extractivismo en América
Latina.
a)
Pensar el extractivismo como proceso metabólico y un tipo de régimen
de reproducción de la vida
Buena
parte de los debates sobre extractivismo plantean un enfoque en el cual parece
que se está discutiendo únicamente sobre un “modelo económico”, o bien un tipo
de perfil o gestión estatal. La cuestión es que el extractivismo no es sólo
esto, sino que en su esencia es un tipo de metabolismo[1]
del sistema capitalista que atraviesa, permea e interviene sobre los propios
procesos de producción de vida, para adaptarlos a su función específica en la
División Internacional del Trabajo, y en el caso del ordenamiento territorial interno
de los países, a lo que hemos llamado la «División Nacional de la Naturaleza»[2],
que producen los Estados extractivistas.
En
este sentido, se trata de una reivindicación del análisis del extractivismo
desde la transdisciplinariedad, enriquecido primordialmente desde la geografía
crítica y la ecología política, que haga que, por un lado, reconozcamos que el
extractivismo es un sistema transterritorial, y por el otro un régimen biopolítico,
en el cual la territorialidad no puede ser solo entendida como una sociabilidad
posada en un espacio inerte, sino que se trata de la reproducción biosocial de
la vida, una simbiosis que es indivisible.
El
sistema extractivista genera pues
territorialidades, ordenamientos geográficos, que se ven articulados jerárquicamente
en torno a procesos hegemónicos de acumulación de capital; genera poder sobre
los cuerpos; genera configuraciones narrativas y culturales funcionales a estas
dinámicas; reproduce un proceso metabólico particular sobre la naturaleza y la
producción de energía. Se hegemoniza no sólo al establecer una estructura organizada,
transnacionalizada y corporativa de extracción/producción de energía y materia
para el mercado mundial, sino también al intentar configurar los procesos
productivos moleculares y territoriales haciendo que se deriven de ésta.
La
temporalidad y la velocidad del metabolismo biosocial de un país como
Venezuela, sus particulares ritmos de procesamiento del consumo y el
movimiento, no están solo determinados por la disposición de tecnología que
tiene para ello, sino en primera instancia por cómo la lógica del capital ha generado
históricamente un sesgo que se hace cada vez más brutal en su territorialidad ‒piénsese
que el 96% del monto de sus exportaciones son petroleras, y el porcentaje de importación
del total del consumo nacional de alimentos ha crecido enormemente[3]‒,
por cómo el extractivismo petrolero venezolano configura un ordenamiento
geográfico donde los sujetos han sido progresivamente desterritorializados de
sus ecosistemas originarios, de sus metabolismos tradicionales, para que sus
procesos de producción/consumo/vida se adapten a la específica relación
espacio-temporal que genera el dinero de la renta petrolera, con sus
particulares formas de producción de subjetividad, de corporalidades, su tipo
de representación de los imaginarios sociales, sus intensivos procesos
energéticos per cápita.
Al
analizar los denominados “recursos minerales estratégicos”, haciendo un mirada
especial sobre el litio, uno de los metales que ha creado mayores expectativas
en vías a nuevos proyectos y ejes extractivos en Suramérica, vemos que sus
principales usos están dirigidos a las cadenas de producción de electrodomésticos,
como televisores pantalla plana, teléfonos celulares, computadores portátiles,
cámaras de video o de fotografías, y otros similares. Este metabolismo
depredador transterritorial que determina los «modos de vida imperial» (U.
Brand), puede alimentar guerras o conflictos de orden geopolítico, o bien el
robustecimiento del carácter extractivista del Estado boliviano ‒país donde se
encuentran las mayores reservas de litio del mundo‒, una reconfiguración de su
ordenamiento territorial, así como la desterritorialización subjetiva de los
afectados por estos nuevos proyectos extractivos, todo para alimentar procesos
de acumulación de capital de estas ramas de la producción industrial
transnacional, y los consumos suntuarios de un fragmento “privilegiado” de la
población mundial.
El
sistema extractivista pues, interviene “de arriba hacia abajo” sobre procesos
socio-bioproductivos populares, que pueden tener un carácter autónomo,
autosuficiente y de escala molecular, desestimando socialmente los valores que
produce, subordinándolos a su modo de acumulación, o bien destruyéndolos
‒externalizando costos hacia los trabajadores, pobladores y la naturaleza‒. Se conforman
así, las rutas metabólicas del sistema, un patrón energético piramidal que a
partir de una serie específica de productos, materias y energías funcionales al
capital, alimentan una cadena que llega hasta la cotidianidad de hombres,
mujeres y niños.
Creemos entonces
conveniente, analizar la lógica de dominación de los sistemas extractivistas
más allá del proceso extractivo en sí, más allá de sus dinámicas estructurales,
o bien que trasciendan una visión puramente “económica”, o política (centrada
en el Estado), etc. Poder hacer visibles las derivaciones metabólicas que se
originan de un tipo de régimen de reproducción de la vida que opera
transterritorialmente, es decir, que sobrepasa el territorio donde se produce
la extracción de naturaleza, en el sentido en que articula en torno a su modo
de acumulación, múltiples espacios geográficos, subjetividades, funciones
sociales, que pueden ser muy diversos unos de otros, pero que están
subordinados a las zonas donde se masifican los «modos de vida imperial» (puede
ser países como Suiza, Suecia o Canadá, o bien, zonas privilegiadas de
Johannesburgo, Santa Cruz de la Sierra o Buenos Aires). Esto por supuesto,
tiene implicaciones en la ampliación de los objetos y sujetos que se analizan
desde la crítica al extractivismo.
b)
Extractivismo, soberanías y neoliberalismo
mutante
La muy promovida socióloga peruana Mónica Bruckmann
afirma que:
El acceso, la gestión y la apropiación de los recursos
naturales abre un amplio campo de intereses en conflicto en América Latina,
evidenciando, por lo menos, dos proyectos en choque: la afirmación de la
soberanía como base para el desarrollo nacional e integración regional y, por
otro lado, la reorganización de los intereses hegemónicos de Estados Unidos en
el continente que encuentra en los tratados bilaterales de libre comercio uno
de sus principales instrumentos para debilitar el primero[4].
Es importante
resaltar que una disputa fundamental que se desarrolla en torno al debate del
extractivismo es la que tiene que ver con la soberanía, la cual parece ser
entendida casi unánimemente como un problema de Estados-nación o sistemas interestatales.
Esto oculta otros actores ‒en realidad los actores constituyentes de los
procesos políticos‒ y los territorios que están en disputa tanto contra el
capital, como contra el Estado, para evitar procesos de explotación y despojo,
y la imposición de proyectos extractivos. Sobre la base de una diferenciación
política regional y una reivindicación de las soberanías popular-territoriales,
proponemos no dos, sino cuatro proyectos en disputa en América Latina, que
marcarán nuestra dinámica geopolítica en los próximos años. Esta propuesta por
supuesto no es rígida, sino que dichos proyectos son porosos, agrietados, se
pueden solapar, en cierta forma articularse, o bien coexistir, negociar, o
disputarse unos con otros en un espacio político determinado, que puede ser
incluso un mismo país. Son, como ya hemos dicho, hipótesis de trabajo:
Ø El Uribismo como proyecto regional: se trata de un proyecto neoliberal delincuencial
y paramilitar, orientado a un extractivismo expansivo, abierto y flexible al
capital transnacional, con esquemas de acumulación franca y abiertamente
antipopulares, que opera bajo la égida de los Estados Unidos y que gira en
torno a la «Alianza del Pacífico». Los Estados de México y Colombia son dos
claros;
Ø El Lulismo: es un proyecto corporativo/extractivista en franca expansión, de
perfil mixto (Estado y empresas TNs) que puede distribuir de una forma un poco
más justa la renta de la tierra captada internacionalmente, pero que ejerce procesos
sostenidos de despojo y mecanismos de acumulación de capital híbridos (neoliberalismo mutante). En la medida en
la que el ciclo expansivo de los commodities comience a contraerse, estos
procesos de acumulación por desposesión se proyectan a agudizarse. Su alianza
geopolítica gira en torno a los emergentes, principalmente China, y se
orientaría en torno a la unión UNASUR-MERCOSUR. Brasil tiene franca influencia
en este proyecto regional.
Ø El Socialismo del siglo
XXI: tiene rasgos programáticos que proponen
generar algunas transformaciones profundas y mayores reivindicaciones populares
primordialmente desde el Estado, con vínculos con movimientos sociales, y que
tienen como base material primordialmente la renta internacional de la tierra, planteando
una expansión del modelo extractivista. Sus alianzas giran primordialmente
hacia los emergentes, principalmente China y Brasil, y los proyectos ALBA,
PetroCaribe y Unasur-Mercosur. Este proyecto se encuentra en franco retroceso,
al menos en sus aspectos más radicales, decoloniales y anticapitalistas, y
puede mutar o interrumpirse para tomar formas “lulistas” o “uribistas”. Aún
mantiene una fuerza electoral importante.
Ø Un proyecto popular
pluricomunista a escala regional: se trata de un
proyecto multiterritorial, pluricultural, alternativo, nivelador, contrahegemónico,
con rasgos nuestroamericanos fuertes. Lucha en general en torno a la defensa
del territorio y de los bienes comunes, como una fuerza de resistencia
antidespojo, pero que al mismo tiempo busca reconfigurar su realidad territorial
alrededor de lo común. Lamentablemente, y a pesar de la difusión de un
imaginario latinoamericanista, son luchas normalmente atomizadas y poco
articuladas unas con las otras en términos regionales, a pesar de algunos
esfuerzos que resaltan en los últimos años.
Hay sobre estas interpretaciones
que hemos propuesto, un factor clave en el debate sobre extractivismo, que
tiene que ver con la importante distinción entre lo común, lo público y lo
privado. La defensa de lo común, de nuestros comunes, se vuelve imperiosa ante
el avance permanente de la acumulación por desposesión, sobre todo tomando en
cuenta que tres de los cuatro proyectos en disputa mencionados, con sus
diferencias, se proponen expandir el modelo y las fronteras del extractivismo.
De la emergencia epistemológica de lo común se desprenden toda una serie de
ideas no sólo sobre nuevas subjetividades y premisas ontológicas, así como
diferentes formas de resistencias desde el territorio, sino incluso algunas
bases para pensar transiciones post-extractivistas y post-capitalistas en las
cuales los pueblos ejerzan un tipo de gobernanza y tengan una soberanía directa
por medio de formas de autogobierno y autogestión sobre sus territorios y
bienes comunes.
Podemos, en efecto,
evaluar el papel del Estado, tratando de salvar un teórico nexo fundamental y
productivo entre lo común y lo público, sobre todo en los gobiernos denominados
“progresistas”. UNASUR se ha propuesto crear el Instituto de Altos Estudios de la unión, alrededor del cual ya giran
algunas intelectualidades como Theotonio Dos Santos y Mónica Bruckmann, que
sostienen que esta “afirmación de la soberanía” nacional se da sobre la
base de estados fuertes que a partir de sus “recursos naturales”, planifican su
uso sustentable para el provecho de la mayoría de los actores sociales[5]. El
“desarrollo nacional” se alcanzaría ahora por la vía de una industrialización
de la naturaleza.
Sin embargo, y sin
poder profundizar mucho más sobre las apreciaciones de los teóricos de la
UNASUR, es importante resaltar lo profundamente problemático que es el supuesto
vínculo “progresivo” entre nacionalismo energético y la defensa de los comunes
(en términos de mantener la soberanía de los pueblos en sus territorios y
conservar la naturaleza de la degradación expansiva), y más bien consideramos
fundamental demarcar claramente la diferencia entre el ámbito de lo común y el
de lo público.
Esto es así por dos
razones. La primera es que la
intensificación progresiva del extractivismo y la lógica desarrollista en
América Latina están en profunda relación con la paulatina distensión de los
vínculos que los gobiernos en esta era de perfil “progresista”, han tenido con
los movimientos populares que los llevaron al poder, y le dieron sentido a su
proyecto político; están también en relación con la pérdida de la composición
radical que ha tenido este “bloque político del descontento” y el retroceso de
las prácticas alternativas que han dado vida al impulso transformador de los
proyectos de estos gobiernos; y a su vez con la progresiva desmovilización de los
pueblos y la burocratización de dichos procesos de cambio social. A estas
alturas creemos que es evidente que los Estados de orientación popular y
progresista han podido hacer más de lo que finalmente
han hecho, en términos de iniciar transiciones post-extractivistas; y el hecho
de lesionar los vínculos con sus bases populares organizadas, debido al no reconocimiento
de que la fuerza constitutiva de estos proyectos de cambio profundo está en
ella, ha traído consecuencias, evidentes en la situación de estancamiento
político que se vive actualmente en la región.
La segunda razón
tiene que ver con las enormes presiones que ejerce la crisis del sistema
capitalista mundial sobre los Estados, principalmente los periféricos o los del
Sur Global, para que tengan un carácter político y administrativo cada vez más
flexible y abierto a los flujos del mercado, lo que a su vez provoca una gran
presión de los Estados sobre los territorios, en busca de procesos de
acumulación por desposesión. De ahí las preocupaciones de Eduardo Gudynas sobre
el anclaje del progresismo con la globalización[6].
La UNASUR se
propone mapear todos los recursos naturales de la región mediante el Servicio
Geológico Suramericano (SGSA), insertarse de una manera repotenciada al mercado
global capitalista ‒aquí no se habla en ningún sentido de post-desarrollismo,
post-extractivismo, ni mucho menos post-capitalismo‒, así como impulsar toda
una red de infraestructuras territoriales para la integración multimodal:
ferrovías, hidrovías, carreteras, puertos y aeropuertos[7],
bajo la lógica del COSIPLAN (antiguo IIRSA). Los peligros de que la hibridación
que impulsan las formas mutantes del neoliberalismo, por las diversas razones
antes mencionadas, termine configurando una política masiva de acumulación por
desposesión son muchos. La profundización del extractivismo, con sus crecientes
necesidades expansivas de flujos de capital y de conexiones globalizadas abre
aún más estos riesgos.
¿Cómo seguir las
pistas de este proceso? Tal vez preguntándonos: ¿hacia dónde están apuntando
actualmente las políticas estatales respecto al enfoque del rendimiento
económico en las exportaciones directas; a la actitud ante la apertura a la inversión extranjera directa y la inserción
en el mercado mundial; al tipo de trato y relacionamiento interno que se da con
los inversionistas extranjeros; a las políticas cambiarias; al tipo de
ejercicio soberano que pone en práctica el Estado ante los grandes capitales
respecto a sus “recursos naturales”; a la manera cómo intermedia respecto al
acceso popular a los bienes comunes para la vida; a la manera cómo estructura
los procesos redistributivos domésticos y la composición de quiénes son los sectores
más favorecidos por estos; a cómo opera y qué alcance tiene la voluntad de
protección que posee el Estado ante los sectores históricamente excluidos de la
sociedad?[8]
c)
Extractivismo, «capitalismo delincuencial» y guerra mundial por los
recursos
El impresionante
despliegue de diversas formas de violencia y guerras a lo largo y ancho del planeta
en la actualidad, hacen parte, o se encadenan, a un mismo conflicto geopolítico
de orden global, que responde no sólo a la propia crisis mundial del sistema
capitalista, sino a una guerra por los llamados “recursos”, que determina la
hegemonía o la supervivencia, siendo uno de sus objetivos centrales el control
del territorio. En este sentido, no sólo hablamos de una progresiva ampliación
de la militarización de los territorios, sean de origen estatal o formas
privadas paraestatales; del establecimiento de mecanismos policiales de
represión y satanización social de la protesta ‒todos podemos ser potenciales
sospechosos de “terrorismo”‒; sino también de la forma en la que la política
tradicional se ha articulado creciente y alarmantemente con formas delincuenciales
instituidas y en expansión; de cómo las disputas y soberanías territoriales que
desbordan a los Estados son afrontadas por complejas corporaciones mafiosas
transnacionalizadas que tienen cada vez más incidencia en estas dinámicas de
poder y dominación del espacio geográfico.
Como ya lo hemos expuesto
en otro momento, el modelo de acumulación de capital en el siglo XXI va
tomando la forma de un capitalismo delincuencial, como lo ha planteado
Ana Esther Ceceña. Dispositivos como estos en México y Centroamérica, Colombia
y muy evidente en tiempos recientes en Venezuela, Brasil y en muchos
territorios de toda la región, dan cuenta de una estrategia sumamente
preocupante, que podría apuntar a una intensificación de la relación entre
extractivismo y violencia, apuntando a la expansión de formas de extractivismo delincuencial, o bien de
delincuencia extractiva articulada a redes más amplias de poder.
Estas tendencias
suponen que la crítica al extractivismo no se dirigiría únicamente al poder de
los Estados y las compañías transnacionales, sino a todo un entramado
corporativo profundamente mafioso que puede reconfigurar la forma tradicional
como se constituyen las correlaciones de fuerza y las disputas políticas en las
luchas territoriales. Creemos que es importante analizar bien esta situación, y
preguntarnos qué supone este escenario de feudalización mafiosa en la
resistencia de los pueblos ante el extractivismo.
d)
Ciudades y extractivismo urbano
El grueso de los
debates sobre extractivismo ha centrado, con toda justificación, su mira
geográfica en áreas rurales y semi-rurales, zonas campesinas, territorios
indígenas, así como áreas de reserva natural. Sin embargo, y como hemos
propuesto, es necesario reconocer el proceso metabólico transterritorial del
extractivismo; esto es, que los rasgos más intensivos de este proceso se
reproducen en las ciudades; que la conformación y/o expansión de un enclave
urbano, de la masificación de los «modos de vida imperial», suponen al mismo
tiempo la implantación y/o extensión de las «zonas de sacrificio» que sostienen
ese “desarrollo”, sea de forma directa, por la vía de “importar” de manera
creciente bienes comunes como agua, cultivos, entre otros; o primordialmente de
forma indirecta por la vía de la intermediación del capital: su transformación
en dinero, que retorna al Estado en forma de renta o ingresos transferidos como
petrodólares y luego se distribuye para la modernización. En la medida en la
que este patrón de poder se ejerce metabólicamente, entonces este proceso sólo
podrá ser trascendido metabólicamente.
Ahora bien, lo que
se suma a esta importancia de un análisis transterritorial del extractivismo,
es el impacto de las transformaciones socio-espaciales que se han dado en
América Latina en los últimos 15 años. La oleada de modernización en la región
que se sigue del boom de los commodities a partir de la década de 2000, tiene
un correlato directo con la expansión cuantitativa y cualitativa de los enclaves
urbanos en nuestros países. Esto a su vez, hace que la incidencia política,
económica, social y cultural de la cuestión urbana se haga aún más compleja y
problemática de lo que ya era.
Si revisamos los
últimos años vemos que buena parte de las movilizaciones políticas
determinantes fueron de origen urbano: por ejemplo las movilizaciones por las
tarifas del transporte público en São Paulo del año pasado y en general las
protestas contra el mundial en Brasil en este año; movimientos estudiantiles en
Chile y Colombia, así como el movimiento «Yo soy 132» en México; los diversos
saqueos por el conflicto policial en distintas provincias en Argentina en 2013;
y las diversas manifestaciones, con una fuerte carga
contrainsurgente, en Venezuela en 2014. En este sentido, la territorialidad
urbana, tanto como fenómeno particular de un sistema extractivista, como un
objeto esencial de políticas post-extractivistas, toma una importancia
completamente fundamental. Piénsese en qué suponen los debates sobre
extractivismo en una Venezuela que tiene casi 90% de la población viviendo en
ciudades.
Es esencial pues,
comunicar y conectar espacios que aparecen desvinculados, luchas que parecen
divorciadas ‒la lucha contra el extractivismo y la lucha por el derecho a la
ciudad‒, no sólo porque la explotación del trabajo en las zonas urbanas, tiene
su base material en la extracción masiva de naturaleza en el campo, sino
también porque en este período neoliberal, de predominio de la acumulación por
desposesión, las operaciones de
extracción (S. Mezzadra) también se producen en las ciudades. Más allá de
la explotación social del trabajo, el «extractivismo urbano» (E. Viale)[9]
apunta también a la desposesión social de bienes comunes en las urbes, como lo
vemos permanentemente en numerosas ciudades de América Latina, y de manera muy
grosera y reciente en la Brasil del Mundial de Futbol[10].
Esta es una faceta del extractivismo sobre la que creemos hay que profundizar.
e)
Extractivismo y el papel del China en América Latina
El avance de China
en el mundo, y su vertiginoso posicionamiento en América Latina, que comienza a
expandirse desde la década de 2000, ha abierto el debate sobre el papel
geopolítico que tiene esta “potencia emergente” respecto a procesos soberanos y
de “liberación” de los países de la región. Las dramáticas huellas que ha
dejado y sigue dejando el imperialismo estadounidense en la historia
latinoamericana, ha provocado una especie de justificación para que algunos
países se cobijen cálidamente en los robustos brazos del gigante asiático.
Para Mónica
Bruckmann, China retomaría el espíritu de Bandung de 1955[11]
‒un espíritu anticolonial y de movimiento de países no alineados‒ y junto a la
emergencia de los BRICS, abriría el camino para un proyecto de coexistencia
global que nos llevará a un profundo cambio de paradigmas: del «choque de
civilizaciones» hacia un nuevo enfoque de «alianza de civilizaciones»[12].
El propio presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, del país que tiene los nexos
relativos más estrechos con China en toda la región, ha dicho que “por primera vez en la humanidad surge una
nueva potencia no imperialista, ya eso es mucho"[13].
Esta matriz de
opinión de una «potencia no imperialista» o de la formación de un imperialismo amable, oculta cuatro
factores fundamentales: a) no es posible ser una potencia en el sistema
capitalista sin impulsar procesos de explotación y despojo a escala mundial,
dado que el carácter intrínseco del capital es de naturaleza polarizante; b) la
crisis sistémica global del capitalismo tensiona cada vez más a que los
capitales mundiales hegemónicos (como los chinos) masifiquen formas de
acumulación por desposesión ‒de ahí el carácter “correctivo” del neoliberalismo‒;
c) el imperialismo no sólo opera por
la vía militar, sino que cuenta con un muy diverso y sofisticado aparato
biopolítico para garantizar sus procesos de control territorial y acumulación
capitalista, incluyendo claro está el capital financiero[14];
y d) habría que no sólo recordar los procesos de acumulación por desposesión
que se dieron en la propia China, sus esquemas políticos domésticos, sus formas
de externalización de costos sobre la naturaleza, que impulsaron el muy notorio
crecimiento de su economía desde los 90; sino también los actuales mecanismos
geopolíticos de posicionamiento de sus capitales a lo largo y ancho del mundo,
para tener una idea de cómo opera la reproducción de esta potencia capitalista
en auge, y si es posible que sea considerada un amable naciente imperio.
La repotenciación del
extractivismo en América Latina tiene también la marca de China. La presión
que ha ejercido el gigante asiático dirigiendo sus inversiones en muy buena
medida hacia la extracción de materias primas, atenazándonos por la vía
financiera, posicionando sus mercancías en nuestros vulnerables mercados[15],
y disputándose nuestros territorios geopolíticamente, ha tenido una poderosa
influencia en las nuevas dimensiones de los sistemas y metabolismos extractivos
de la región. El problema no es sólo con quiénes generamos alianzas
estratégicas, sino tal vez primordialmente qué tipo de alianzas y bajo qué
modelos las hacemos. Probablemente esta visión romantizada de algunos sobre
nuestra relación con China sea, con el tiempo, cada vez más difícil de
sostener.
f)
Persiste el falso dilema desarrollo-ambiente
Un argumento que
sigue teniendo fuerza para desacreditar la crítica al extractivismo es la
supuesta oposición entre “desarrollo” y “ambiente”. Por supuesto, la forma como
son presentadas estas dos variables, de manera cosificada y trascendental, oculta
un patrón de poder biosocial. Lo que aparece como un problema de orden temporal
‒“en América Latina debemos llegar al estadio superior del desarrollo”‒, y que
supondría un inevitable sacrificio de la naturaleza para alcanzar tan “ansiada”
meta es, en términos de dominación geopolítica, un problema de orden geográfico.
La depredación
sostenida del ambiente se justifica en el sentido de decir que se trata de una
reivindicación de progreso para la gente en detrimento de la naturaleza, pero
eso que se ha instrumentalizado como “ambiente”, en realidad es una relación
ecosistémica de vida que además de “naturaleza”, implica al mismo tiempo la
existencia de tierra y territorio. Por eso, en este proceso de dominación
geográfica no sólo hay una degradación de biodiversidad, sino que también está
involucrada una desterritorialización social que supone que la gente que habita
esas áreas sufre los despojos que hacen posible el desarrollo, pierden el suelo
que pisan, el agua y los frutos de la tierra de los que se abastecen
directamente, y esto es algo que el ideal del progreso siempre ha querido
ocultar.
En verdad no se
trata de que la gente se enriquece en detrimento de un empobrecimiento de la
naturaleza. La real polarización no es la de “desarrollo-ambiente”, sino una
polarización colonial constitutiva que rige la División Internacional del
Trabajo y la Naturaleza, y la división social y racial del trabajo (A.
Quijano). Cuando hablamos de una dominación de orden geográfico, nos referimos
a cómo el capital controla, administra y/o coopta el proceso metabólico de un
territorio, que implica la síntesis indivisible de devastación ambiental y
polarización social, en beneficio de una coalición de oligarquías globalizadas
que por supuesto genera utilidades a las élites nacionales y a las burocracias
de nuestros Estados extractivistas. Esta es la verdadera polarización a la que
hay que atender. Así que el extractivismo, aunque prometa y prometa riqueza y
desarrollo, siempre generará gente que se empobrece.
A esto hay que
agregarle algo. El desarrollo de los capitalismo extractivos convierte a la
naturaleza en renta, en dinero captado internacionalmente ‒algunos dicen que es
la riqueza de las naciones‒, y el dinero capitalista es un mecanismo de
dominación porque, entre otras cosas, genera una intermediación, que resaltamos
en dos sentidos: a) configura una nueva territorialidad que gira en torno al
mercado mundial, en el cual se va destruyendo o cooptando el vínculo directo
que hay entre el trabajo, el territorio y el acceso a los bienes comunes, lo
que obliga a la gente a requerir de la intermediación del dinero para acceder
al consumo (que generalmente compra naturalezas procesadas de los despojos de
otras partes del mundo); y b) en términos del sistema-mundo, la conversión de
los bienes comunes territoriales en dinero, hace que la riqueza fluya acorde a
los inmensamente desiguales mecanismos de distribución y transferencia[16].
El nivel máximo de este proceso internacional de despojo es la crisis de la
deuda externa. En ambos sentidos de la intermediación, resalta la relación
entre pobreza y dependencia. El extractivismo es un problema económico porque
es un problema ecológico y geográfico también.
g)
Extractivismo y producción de subjetividad
Poco se trabaja la
dimensión cultural del extractivismo, el impacto que tienen estos sistemas, sus
modelos políticos, en la producción de subjetividad. Venezuela es un buen
ejemplo de cómo en la medida en la que el metabolismo biosocial de todo un país
está más determinado por el extractivismo, este genera fuerzas muy influyentes
en la producción de subjetividad, que incluso, como ha pasado en la Revolución
Bolivariana, atentan contra los cambios de modelo y los procesos de
transformación.
El antropólogo
venezolano Rodolfo Quintero había nombrado desde principios de los años 70 a
este proceso de producción de subjetividad en la Venezuela petrolera, la
«cultural del petróleo», para hacer referencia a los diversos recursos
materiales e inmateriales que producían este patrón de vida que “crea una filosofía de la vida para adecuar
la población conquistada a la condición de fuente productora de materias primas”[17]. A partir de ahí muy poco se ha
trabajado esta importante relación en la literatura política del país.
Desde este análisis
metabólico que proponemos, un lugar común como la idea de que para superar
nuestros principales males sociales hay que impartir una mejor educación, debe
ser problematizada. Si se generaran tales procesos “educativos”, manteniéndose
todos los procesos metabólicos propios de los capitalismos extractivos, que
reproducen las formas culturales de estas subjetivaciones rentistas,
difícilmente se podrían alcanzar tales objetivos ‒nuevamente, Venezuela es un
buen ejemplo de ello‒. Por citar un ejemplo, los fenómenos de reprimarización
de las economías latinoamericanas, producto de la abundante captación de la
renta internacional de la tierra desde mediados de la década de 2000, con sus
efectos perniciosos sobre los factores productivos, sobre el ensanchamiento
artificial de los mercados internos por la vía de las importaciones, están en
profunda relación con la necesidad de redimensionar este tipo de subjetivación
cultural rentista. Se trata de un requerimiento metabólico de estos modos de
acumulación extractivos respecto al ámbito cultural, que tiene sus modalidades
territoriales en las zonas de los proyectos extractivos ‒en contra de culturas
campesinas ancestrales, de pueblos indígenas‒, y en los complejos enclaves
urbanos.
Los signos de un
cambio de época en América Latina, los peligros de procesos masivos de despojo
territoriales y degradación de la naturaleza en la región, y el impulso de
teorías ad hoc para justificar la
expansión del extractivismo, hace de estos debates espacios necesarios para el
diálogo y la reflexión, en pro no sólo de insistir en la creación de caminos
alternativos, sino de defender los comunes. Lo único que nos queda.
La Paz, septiembre de 2014
* Emiliano Teran Mantovani
es investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos –
CELARG
Fuentes consultadas
- AGENCIA Venezolana de Noticias (AVN). Maduro:
Relación Venezuela-China ha alcanzado el nivel más avanzado de su historia.
Caracas, 21 Jul. 2014. Disponible en: http://www.avn.info.ve/contenido/maduro-hemos-tenido-una-visita-car%C3%A1cter-hist%C3%B3rica.
- AMÉRICA Latina en Movimiento. Recursos y desarrollo:
estrategias en la unión suramericana. 488. Quito, Septiembre 2013. Año
XXXVII, II época.
- BRUCKMANN, Mónica. Recursos naturales y la
geopolítica de la integración sudamericana. Ediciones de la Presidencia de
la República. Caracas, 2013.
- CAMACHO, Carlos. Operación “Dagong”: Argentina,
Chávez, China, default y Venezuela. Hinterlaces. 05 de agosto de 2014.
Disponible en: http://www.hinterlaces.com/analisis/economia/operacion-dagong-argentina-chavez-default-y-venezuela.
- GUDYNAS, Eduardo. Izquierda y progresismo ante la
integración y la globalización. ALAI, América Latina en
Movimiento. 2014-02-19. Disponible en: http://alainet.org/active/71415.
- MARTÍNEZ Alier, Joan. Argumentos
económicos contra el extractivismo. La Jornada. Sábado 21 de junio de 2014.
Disponible en: http://www.jornada.unam.mx/2014/06/21/opinion/014a1pol.
- QUINTERO,
Rodolfo. Antropología del petróleo. Siglo Veintiuno editores.
Necaxa, México. 1976.
- SOCIEDAD de Economía
Política Radical. Guía rápida para comprender el ajuste que está y el ajuste
que viene. Rebelión. 22-08-2014. Disponible en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=188728.
- TERAN Mantovani, Emiliano. Las
coordenadas urbanas del conflicto político actual en Venezuela.
Rebelión. 31-05-2014. Disponible en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=185393.
- TERAN Mantovani, Emiliano. Los rasgos
del “Efecto China” y sus vínculos con el extractivismo en América Latina.
Rebelión. 06-02-2014. Disponible en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=180450.
- ZIBECHI, Raúl. Extractivismo
en las grandes ciudades. La Jornada. Viernes 3 de mayo de
2013. Disponible en: http://www.jornada.unam.mx/2013/05/03/opinion/027a2pol.
- ZIBECHI, Raúl.
El capital financiero saquea Río de Janeiro. Viernes
27 de junio de 2014. Disponible en: http://www.jornada.unam.mx/2014/06/27/opinion/021a1pol
[1]
A diferencia de István Mészáros, cuando
hablamos de metabolismo nos referimos al proceso biosocial que es la base donde se reproduce la vida, el cual se
constituye como un tipo específico de régimen de territorialidad; de formas de
procesamiento y asimilación de energía; de intercambios, consumo y producción biosociales;
de tipos de narrativas y construcciones socioculturales; y de tipos de
ocupación y ordenamiento territorial; determinados por factores geográficos y
ecosistémicos, y estructuras de poder en las organizaciones humanas. El
metabolismo hegemónico del sistema capitalista, jerarquiza al humano
(principalmente al hombre occidental) por encima del resto de las especies de
un ecosistema, alterando significativamente los ritmos y procesos de recuperación
de la naturaleza.
[2]
Cf. TERAN Mantovani, Emiliano. Las coordenadas urbanas del conflicto político
actual en Venezuela.
[3]
Los pocos datos existentes sobre el tema agrario en Venezuela no permiten
arrojar a ciencia cierta una cifra, pero es innegable que este sesgo importador
se ha agudizado en los últimos años, con rasgos que en algunos rubros como
leguminosas, cereales, grasas, carne, huevos y leche ha alcanzado niveles muy
peligrosos que podrían rondar entre 60 y 80%.
[4] “Recursos naturales, biodiversidad
y medioambiente en UNASUR: una visión estratégica”, en: AMÉRICA Latina
en Movimiento. Recursos y desarrollo: estrategias en la unión suramericana.
p.9
[5] BRUCKMANN, Mónica. Recursos
naturales y la geopolítica de la integración sudamericana. p.53
[7] Véase: Rodríguez Araque,
Alí. “UNASUR: una estrategia integral”, en: AMÉRICA Latina
en Movimiento. Op.Cit. p.5
[8] En este sentido, y para
el caso de Venezuela, recomendamos de la SOCIEDAD de Economía Política Radical. Guía
rápida para comprender el ajuste que está y el ajuste que viene.
[11] Cf. BRUCKMANN, Mónica. Recursos
naturales y la geopolítica de la integración sudamericana. pp.131-135
[13] En: AGENCIA
Venezolana de Noticias (AVN). Maduro: Relación
Venezuela-China ha alcanzado el nivel más avanzado de su historia.
[14] Nos preguntamos para el
caso de Venezuela, ¿cómo leer, por ejemplo, que la calificadora de riesgo china
Dagong Global Credit Rating Company, propiedad del Banco del Pueblo de China
(una especie de banco central del país), rebajara en julio 2014 la calificación
de deuda soberana de Venezuela de BB+ a BB- con “panorama negativo”, siendo el
país al que más plata le prestan los bancos de desarrollo chinos en la región y
uno de los países que más petróleo le vende al gigante asiático? Cf. CAMACHO,
Carlos. Operación “Dagong”: Argentina, Chávez, China, default y Venezuela.
[15] Cf. TERAN
Mantovani, Emiliano. Los rasgos del “Efecto China” y sus vínculos con el
extractivismo en América Latina.
[16] Sobre esto, véase: MARTÍNEZ Alier,
Joan. Argumentos económicos contra el extractivismo.
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