La lucha por un ambiente mejor no puede ser separada de la lucha por una sociedad mejor (GUILLERMO FOLADORI)

viernes, 18 de octubre de 2013

Sentir que estás

Pablo Cingolani

Habito en la morada del abismo donde los cerros te cortejan siempre. A todo momento, los vives, los sientes, te sacuden
Hay los cerros rojos que asemejan sangrar la sangre de aquel que sangró por todos nosotros, o si quieres —entre vos y yo— la sangre que sangraron nuestros compañeros, nuestros mártires que son los que más me espejean estos cerros carmesí y bermejo que veo desde mi ventana, tan absurdamente yo, que estoy vivo
Digo que, y con esto tal vez me precipite en la emoción de lo que escribo: nuestros amados muertos son los tales cerros, especialmente los que chorrean rojo, cobre y hierro que se oxida, sangre de nuestra sangre y amén
Hay también los cerros verdes y los azules, esos que labran el horizonte, esos que te seducen con la perspectiva, esos que evocan
Las mil y una batallas que libraste —y que se pierden en ese horizonte que insinúa otros horizontes y así hasta el infinito
Las mil y una batallas que vas a librar, y se conjugan con el escarlata de cerca y el índigo y la esperanza a lo lejos, y todos juntos componen una sinfonía o un sentimiento de eso que podemos decir que es el destino
Hay también los cerros, los cerros que no son ni verdes ni azules ni rojos, que son cerros nomás
Describirlos es desatinado. Son cerros nomás. Despojados de esa belleza que irradia y que redime y que provocan el rojo, el azul y el verde, ¿vos dirías que son menos que los otros cerros?
A estas montañas terrosas, hechas de puro desecho y de agonía, las he caminado siempre, las he amado, yendo y viniendo, como si fueran un cuerpo segundo, y  me transitase, y caminase encima de mí mismo
Son el tapiz del planeta. Su elevado tapiz
Caminando por esos cerros, siento que estoy. Siento que estoy caminando por la piel del mundo. Y la voy lamiendo de sus heridas con mis zapatos. Y la voy honrando paso a paso, sintiéndola, viva y nutriente, bajo mis pies
Sucede que, a veces, todo es demasiado como cantaba Jorge Harrison, y entonces no me basta caminarlos a estos cerros, a los cerros sin colores que vibren y que son la mayoría de los cerros, y me recuesto  y me olvido de todo por un momento y acostado siento toda la energía de la tierra
Fue así que supe que debía construir apachetas
Es el exacto y preciso lugar donde sabes, donde sientes, que el cosmos reclama, que el universo te llama
Y entonces vas y colocas una piedra negra sobre una piedra blanca —y te bebes siempre un embriagante trago de Vallejo
Y luego agregas una piedra roja —la piedra que marca a los compañeros
Y luego una piedra verde —la piedra de la fe
Y para terminar una piedra azul —la piedra del color del mar en el medio de las montañas
Y por si acaso, y tú lo sabes mejor que yo, le metes una piedra imán, para que cuajen y se potencien todas las otras piedras
Y cuando el monolito de rocas se alce al sol y a la luna, cuando desde allí puedas invocar a todos los altísimos, a los de la paz y a también a los de la guerra, cuando desde ese confín, que es también principio, puedas invocarlos
Al Buda que va desnudo y sagrado por los eternos Himalayas
Al Gran Señor Alejado y al Gran Señor Que Resplandece, descalzos por los desiertos y amparando a nuestros hermanos hostigados
A Calibán, Rey del fin de todos los fines del mundo
A Viracocha, Padre y Metáfora de los Andes
A Isidoro Ducasse, Conde de Lautremont y de Pulpos y de Percebes, nacido en el puerto de Montevideo
A Manuel Scorza, que fue un narrador de maravillas, de vicuñas y de insurrectos y murió en un accidente de vuelo
A mi padre y a mi madre que me parieron
A Spinetta y a Jaime Bateman que me hicieron crecer y ser libre
Cuando desde allí —desde esa encrucijada que te procuraste, que has construido con tus propias manos, piedra negra sobre piedra blanca, sobre piedra roja, sobre piedra verde, sobre la definitiva piedra azul, vas a sentir que estás, que te estás y que nada puede moverte
El desenlace del destino lo forjas solo vos, nadie más que vos. No le podés pedir a Bob Dylan que componga tu epitafio, ni que Amy o la Janis vengan a cantar a tu tumba
Este es el plan: vos sólo podés alzar una piedra encima de otra, una-piedra-encima-de-otra, y así hasta que te subleven
Vos sólo podés lograr que cada piedra te libere, te envuelva en su gracia, te vuelva como ella
Cuando sientas esa paz, cuando te penetre tanta gratitud, serás feliz para siempre
Vas a sentir que estás, vas a estarte
Vas a sentir, vas a sentirte
Vas a reír, vas a llorar
Vas a ir y también vas a volver
Eso es ser feliz, para siempre.

domingo, 11 de agosto de 2013

La La La, donde callan los grandes relatos

Verónica Ardanaz

La la la, es un sensible tema musical creado por Naughty Boy (chico desobediente)  nombre artístico de Shahid Khan, joven inglés de origen pakistaní, rapero y productor casi desconocido, que empezó su estudio de música en el garaje de la casa de sus padres, en Watford, en las afueras de Londres, y que sobrevivía a la recesión vendiendo pizzas.

 

La la la es un rap, pero tramado a un urban pop, con tono de soul (o sea: como todo el álbum al que pertenece, diverso e inclasificable) y persiste hace semanas como el más escuchado en Europa, viejo territorio asolado por una crisis más allá de los ciclos del capitalismo, donde el índice de  suicidio, en países como Grecia,  aumentó  un 20%, mientras insensible el ajuste continúa apretando las gargantas. La, la, la, resuena a dadaísmo, esa vanguardia que surgida entre las devastadoras Guerras Mundiales, se hacía balbuceo,  juego creador del lenguaje buscando sentido a un mundo reducido a la nada.
El panorama es siniestro, y es lo que dijo a su modo Shahid a los numerosos medios que lo entrevistaron por el secreto de su éxito: “es un álbum oscuro, quería que sea algo que cuente nuestro tiempo, no me he sentido presionado por ninguna productora, por eso me tomé tres años para crearlo, es un concepto, un mundo, una historia, es lo que siento le falta a la música, he sido más un director de cine, que un productor musical”. Y haciendo honor a su nombre artístico, sin demasiado estruendo, afirmó a los sorprendidos periodistas que a pesar del éxito pensaba seguir viviendo con sus padres (su papá es un taxista jubilado) y su próximo proyecto era grabar en Bolliwood, o sea, Bombay: el paraíso del cine de oriente (y en particular, del cine musical), la India es el mayor productor de películas del mundo, pero como el gran relato del progreso del sistema mundo capitalista, monopoliza y homogeneiza la mirada, no nos llega prácticamente nada, pero sí, el cine chatarra norteamericano.
La la la quizás pueda ser punta de hilo para adentrarnos en la oscuridad del laberinto de este tiempo, como decía Shahid. Empecemos.

La la la es raro, como todo el álbum al que pertenece: Hotel Cabana. Cuando entrás a la página web del álbum:  http://www.hotel-cabana.com/hotel/ su imagen nos transporta a un hotel versión Hotel California, pero colonia inglesa en el oriente, “un lugar que no tiene puertas de salida”, una isla interior, un refugio donde relajarse, donde no hablar “ni de dinero ni suicidio”, así invita George The Poet, disfrazado de portero de hotel. Shahid compuso, produjo, dirigió e invitó al “hotel” de su propuesta, como nave de la diversidad, a músicos emergentes, borders, poetas hijos de inmigrantes, como el poeta George Mapanga, hijo de senegaleses, habitante de la cosmopolita Londres, que recientemente se manifestó públicamente como juglar y griot con sus poemas (ahora le llaman performer) en contra de las medidas racistas antimigratorias del gobierno inglés, que pasea vehículos oficiales con grandes carteles que dicen: “go home”, y que están siendo fuertemente cuestionados. O Emili Sandé y su conmovedora voz, escocesa, afro descendiente, de Zambia, o Sam Smith, el cantante de La, la, la, entre otros. La página tiene tres videos, todos unidos visualmente en un “concepto”, como decía Shahid: hay un tono, hay puertas que abren y cierran al interior de los personajes, irradiando una paradójica sensación de salida y encierro, pero sobre todo: cuentan historias míticas y épicas, hay jóvenes haciendo un viaje heroico para habitar sus vidas, en un mundo oscuro. Por ejemplo, en Wonder (Milagro), hay jóvenes escapando por un pantano , buscando una salida, entre niebla púrpura y seres extraños, hasta que encuentran una puerta blanca en medio del paisaje, con la voz de Sandé, cantando: “cuando tu corazón esté triste, no olvides que tú estás lleno de milagro”; o Lifted (Levantado), quizás el más pop (capaz de levantar el ánimo, como dice el título) un hotel fastuoso de soledad, de hombres y mujeres danzando ensimismados, hechizados de sí mismos, en habitaciones mortales de melancolía, todo en tonos grises y sepias, como viejas fotografías en penumbra, habla de perder el miedo y el control, de cómo la música y la danza vencen a la soledad.
Pero el videoclip de La, la, la tiene algo adicional: Bolivia. Fue grabado en La Paz, el salar de Uyuni y Potosí, con actores locales, con sus historias y símbolos, y eso lo transforma en un relato más profundo y social, con espesor mítico: un relato para habitar el mundo, pero diferente y reparador  a ese “Gran relato” del pensamiento único al que ya nadie cree. Sus imágenes tramadas a la letra y la música son entrañables, conmueve escuchar el  canto del “la, la, la” en la voz de un niño como un conjuro que transforma la injusticia, como un poeta primordial revelando el poder del juego. La perturbadora imagen del niño cantando, tapándose los oídos, ¿para protegerse del trueno de su voz? ¿o silenciar la violencia de los discursos? la música, canta: “cuando escupes tu veneno / mantente callado / porque las teorías se incendian / no puedo hallar tu rayo de luz / no intento juzgar / pero cuando lees el discurso / es agotador / ya basta”.
Uno de los temas del video clip es el maltrato infantil, la violencia normalizada, los niños de la calle, la explotación, la trata, la violencia simbólica. La violencia verbal de los discursos, la mentira de los grandes relatos, donde el progreso occidental es el principal. La violencia del sistema que normalizamos, a la que nos “adaptamos” alimenta el monstruo de nuestra sombra social, una coraza nos aisla de nosotros mismos, multiplica el daño al inocente, lo frágil, lo que se dona, como un árbol. ¿Cómo sentir así el dolor de un niño, la herida de la Madre Tierra? Pero hay otra sombra que llevamos todos los seres humanos que hemos sido niños expuestos a esta violencia normalizada. Para poder sobrevivir a las devastadoras experiencias traumáticas y dolorosas, los niños las repliegan a la sombra de su sabio inconsciente. Una tarea “sagrada”, dirá Jung, será desandar alumbrando memoria y liberarla, un arte que demanda la vida, y con el “dolor agregado” del sistema capitalista, como dice Galeano, la tarea es ya camino de héroes. Por eso otros temas que aparecen, son: la poesía y el poder del mito, los símbolos de la Madre Tierra, el poder creador liberador que está en cada uno de nosotros y en todos los niños.
Aunque el videoclip de La, la, la fue inspirado originariamente en el Mago de Oz, de reconocible simbología esotérica, la historia va más allá, porque la imagen es descarnada, de intemperie, de sal y piedra, y se enlaza a una visión mítica andina, sin que quizás Shahid Khan y el director del video, Ian Pons Jewell, lo hayan advertido en su total profundidad. Y creo que esto lo hace mucho más interesante, porque devela el poder de una cultura esencial como la nuestra. La historia se cuenta así: un travelling se acerca a una puerta que se abre, ingresando a un espacio íntimo; un adulto violenta verbalmente a un niño, es de noche. El niño ve por la ventana a un yatiri, un sabio andino, y al verlo encuentra una manera de escapar: con su canto, el niño se tapa los oídos y empieza a cantar con voz de trueno, rompe el encierro y la violencia, sale la calle. Una imagen de gran crueldad que funciona como metáfora: el adulto toma un huevito de pájaro de un nido en la ventana y se lo arroja. Finalmente el niño se reúne con el yatiri, que le da su perro, como un animal mítico lo va guiando en la intemperie de vivir en la calle, en un camino de pruebas sagrado. El niño se encuentra con dos hombres alienados, excluidos, y los ayuda a liberarlos con su canto atronador, con su balbuceo genésico, a uno de ellos le devuelve el corazón. En agradecimiento ambos hombres acompañan al niño a abandonar la ciudad y lo protegen. La salida al paisaje abierto, paradójicamente, da la sensación de espacio interno. El caminar por el mar desamparado del salar, de los hombres exiliados del mundo, el niño en su soledad esencial y el pequeño perrito es una de las imágenes más conmovedoras, en particular la ternura del hombre grande acunando al niño dormido a la luz de un fuego nocturno en medio de la sal. Finalmente llegan al lugar de la gran prueba: la mina de Potosí, entrar a su propia sombra, donde está el tesoro, ver de frente el poder de la muerte y la vida, de la abundancia y del hambre, el sentido del dolor. El final abierto, sugerente, parece más un inicio: un lugar de la memoria a destejer. A la oscuridad siniestra del sistema que excluye, se opone la fecundidad interior y sagrada de Potosí, el tesoro de nuestra interioridad, el telar de sombra e hilos de plata de su expresión numinosa y terrible: la poesía, que desenmascara siempre, y como en la canción, dice: “cuando las palabras no dicen nada, digo: la, la, la”.

sábado, 10 de agosto de 2013

Conjuro

Para Fabián Luna


Los dioses escupen a los cobardes, a los tibios
Los dioses se desentienden de ellos, y de los mediocres
De los que no crean, de los que no saben tejer
Ni siquiera despojarse de sus ropas y regalarlas al que va desnudo, como el de Asís

Los dioses vomitan a los necios, a los que condenan las guerrillas –cualquiera sea
A los que conspiran siempre contra toda la alegría del mundo
Contra la alegría del hacer, del resistir, del persistir
Contra nuestra alegría de vivir, aunque pocos nos entiendan

Los dioses, el Gran Señor del Cielo, Nuestra Madre Universal
Saben de nosotros, aunque a veces nos sintamos huérfanos de todo
Ellos siempre nos amparan, ellos siempre nos cuidan, y nos guían

Tengo una piedra que es su testimonio –yo sé que me/te protegen
Y se cagan, se mean, se vuelven a cagar y de nuevo a mear
En toda la hipocresía, la necedad y la cobardía que los rodea, que nos rodea.

Pablo Cingolani
Río Abajo, 2 de julio de 2013

viernes, 2 de agosto de 2013

Siete meses y la justicia no llega a los indígenas tacanas "El Retorno"




Sonia Maldonado Poma

Desde el mes de diciembre de 2012, los comunarios indígenas tacanas, vienen presentando recursos ante las autoridades correspondientes del departamento de Pando, para hacer respetar sus derechos colectivos reclamando su justo derecho en relación a la conservación de su territorio y respeto a la Madre Tierra.

En fecha 31 de diciembre de 2012, los miembros del Directorio y comunarios indígenas de la Comunidad Tacana El Retorno ya denunciaron ante el Ministerio Publico de la ciudad de Riberalta, el Comando de Policía Amazónico y el Defensor del Pueblo de la ciudad de Riberalta, a la familia Rivero Galarza por lesiones graves, privación de libertad, amenazas y allanamiento de domicilio y otros; de todo lo cual solo el  Defensor del Pueblo tuvo un acercamiento por los problemas suscitados, pero no así las instituciones públicas. Estas no emitieron respuesta alguna. 

En fecha 21 de enero de 2013 slos comunarios de El Retorno presentaron las querellas correspondientes  por los delitos de tentativa de asesinato, amenazas, robo agravado y otros, en contra de los señores Rivero Galarza, ya que existía el amedrentamiento a  sus familias. Estas querellas fueron presentadas ante el fiscal de Distrito del Departamento de Pando y el Ministerio Público de la ciudad de Riberalta, pero no progresaron.

Como todas las mencionadas actuaciones no fueron atendidas en su momento, los comunarios indígenas tomaron la determinación de recurrir a su ente matriz, la CIDOB, para que realice las denuncias correspondientes en la ciudad de La Paz. Los hechos con toda la documentación pertinente fueron dados a conocer en fecha 12 de marzo de 2013 ante el Alto Comisionado de las Naciones Unidas, Asamblea Permanente de los Derechos Humanos de Bolivia, Defensor del Pueblo de Bolivia, solicitándoles se forme una comisión para que se investiguen estos casos de violación de los derechos humanos. Tampoco se obtuvo respuesta alguna.

Asimismo el señor Ruperto Amutarui Capitán Grande del Pueblo Indígena Takana OITA, solicitó al Ministro de Gobierno más efectivos policiales asimismo condiciones para que estos puedan cumplir con su trabajo puesto que por falta de recursos su organización no podía realizar el apoyo correspondiente a los pueblos indígenas.
Después de siete meses, los hechos son ampliamente conocidos porque una periodista de un matutino retoma el conflicto, aunque en publicaciones del mes de febrero y marzo los hechos fueron dados a conocer Actualmente, cuando Pagina 7 en fecha 22 de julio da a conocer las violaciones que se había cometido en esta comunidad, ninguna autoridad a la cual se recurrió indica que tuvo conocimiento. Por lo que los comunarios que denunciaron dichos atropellos se ven más desprotegidos todavía, ya que no existe celeridad en las denuncias presentadas, siendo flagrantes estas violaciones que vienen sufriendo de parte de los barraqueros, que vienen saqueando sus recursos naturales. Ellos hacen caso omiso a las denuncias presentadas  correspondientes mientras los denunciantes pasan a ser denunciados.

Esperemos que ahora que el Ministerio de Justicia tuvo conocimiento de estos hechos, asimismo el Viceministerio de Justicia Indígena Originaria Campesina, puedan colaborar con las victimas y se pueda esclarecer y acelerar para hacer prevalecer los derechos colectivos de la comunidad Takana.

Jirira, Coquesa, Aike: rastros y hallazgos

Pablo Cingolani

 


—¡Bien que has venido! ¡Voy a brindar por tu camino! –exclama un hombre apergaminado por la vida, áspero y luminoso, como el paisaje que lo rodea, para luego ofrendar y zamparse una llamarada de fuego líquido. Cuando me toca “challar” y brindar a mí, siento que un alcohol tan pesado haría tambalear a un irlandés, pero igual lo aguanto, respiro hondo, lo miro al hombre y le digo:
—Mierda, Plácido, ¡este trago sí que está fuerte!
Plácido Castro es el corregidor de Aike, una comunidad aymara, perdida en la orilla norte del salar que la mayoría conoce por Uyuni. Un año que no lo veía, un año entero que no sabía de él, pero allí estaba yo, había regresado.
—Alzo mi palabra para que sepas—proclama ceremonioso—¡Has cumplido y aquí estás de vuelta! ¡Vuelvo a brindar por tu camino!
Y ¡zas! otro latigazo a la garganta: el cuerpo se me desentumece y vuelvo a vibrar. Ellos, Plácido y los suyos –un chango que fue bautizado como Porfirio Jonathan, y que es su nieto; la Tatiana, su mujer, algún que otro pariente que andaba merodeando por ahí- están celebrando su año nuevo, el que celebran desde siempre, el año nuevo en los Andes: son las vísperas del cíclico 21 de junio, solsticio del invierno austral. Había conocido a Plácido el año anterior, en otra comunidad llamada Jirira, en cuyas alturas, hacia el lado por donde se encuentra Aike, se celebraron los ritos de recibimiento y buenaventura.
—Aike queda aquicito—me dijo esa vez Plácido, ambos sumergidos en la noche negra, negrísima, de las pampas salineras, donde la única luz y fuente de calor era un fuego de tola, que languidecía. Su dedo se hundía en la oscuridad y señalaba al oeste, obsesionante oeste— Al año, te vas caminando hacia allá, primero está Coquesa, luego mi casa. Allí te espero…
Cuando volví, no lo dudé y partí desde Jirira, tan sólo, con una botella de agua a cuestas y una enorme bolsa verde con hojas de coca: mi regalo para Plácido y los comunarios de Aike.

* * *

Caminar por el desierto es una de las experiencias de contacto e intercambio con la naturaleza, más inspiradora y cautivadora de todas las que pueden vivirse. La simplicidad del entorno, su temible carga climática, el espejismo que siempre acecha, lo vuelven un espacio de revelaciones en cadena. Es como el océano, pero un océano de honduras diferentes.
Ningún desierto se asemeja a otro, y éste del que anoto, es uno de los más extravagantes que existen en toda la Tierra. Es blanco, como la Antártida es blanca, y fue el antiguo lecho de un mar interior, un pedazo de Pacífico que quedó atrapado cuando se elevaron las cordilleras. El agua seca se cuajó en sal pura, y es tal la cantidad que el salar resultante es más grande que la isla de Jamaica o como Bélgica partida en dos. Un país de sal congelada, dura como la injusticia, brillante como cien lunas juntas.
Los libros de geografía dicen que ocupa 12 mil kilómetros cuadrados y algunos cuentan que Aldrin, el astronauta Aldrin, lo divisó desde la ventanilla (¿se dirá así?) del cohete Apolo, el de la famosa misión que aterrizó en Selenia. Desde el cosmos, el salar se vería como una extraña perla, incrustada en la piel del mundo.
Dicen que Buzz Aldrin, una vez retornado, quiso saber qué cosa era eso blanco que había divisado y que llegó a Bolivia para comprobarlo. Julian Barnes, en su imprescindible Una historia del mundo en diez capítulos y medio, tiene un relato que ronda por lo mismo. Otro astronauta, en misión galáctica, siente que el mismísimo Dios lo incita a que encuentre el Arca de Noé y el hombre va a en su búsqueda hasta el Monte Ararat, en el altiplano armenio, hoy ocupado por los turcos.
Estas historias, reales o imaginarias, sólo cobran sentido en los desiertos, y yo iba tapizando mis pasos con ellas, mientras caminaba hacia la casa de Plácido que, a decir verdad, no tenía la menor idea de dónde se ubicaba. Toda la verdad sea dicha, tampoco tenía la menor idea de dónde quedaba Aike. La había visto marcada en un mapa del IGM, pero cuando la noche anterior a mi partida, anuncié mi intención de ir hasta allí, Lupe y Carlitos, mis anfitriones en Jirira, me miraron cómo si les hubiese dicho que quería irme al mismísimo carajo y Carlitos, uno de los hombres más flacos y simpáticos que conocí en estos eriales que le rompen los nervios a cualquiera, buscó una botella de aguardiente y le agregó un generoso chorro al mate de cedrón que yo estaba tomando.
—Tu ándale dando la vuelta al volcán—me aseguró con voz de aplomo—, tarde o temprano tendrás que llegar hasta Aike. Escúchame bien: llévate agua, porque eso sí que no vas a encontrar así nomás. Mañana, nosotros haremos chuño.
En 1640, un fraile laborioso e inquietísimo, de apellido Barba, publicó un libro maravilloso que tituló El arte de los metales. Entre sus páginas, se atesora la primera descripción histórica del salar que la mayoría conoce por Uyuni. Afirma de él, algo indudable y que nadie creyó por tres siglos y medio: que es una de las maravillas naturales del que fue conocido como Nuevo Mundo. También aseguró que en su interior, había ojos de agua donde podían hallarse “grandes y crecidos peces”. Insisto: para prodigios y milagros, no hay nada mejor que un buen desierto.

* * *

Sigue al volcán fue la advertencia de Carlitos. Ya anoté que éste que nos ocupa es un desierto singular porque es blanco. Ahora agregaré para terminar de pintar el cuadro escénico que su ribera norte está coronada por una montaña, cargada de tanto mito y misticismo, como pocas que se conozcan en el orbe. Aludo al Tunupa, el volcán Tunupa, la montaña Tunupa, la Mama Tunupa de los lugareños. En otro escrito, me referí a ella como el gran santuario cósmico de todo el altiplano sur. Su importancia ritual, por esos lados de los Andes, sólo puede ser comparada con otros dos volcanes, dos colosos: el Lincancabur y el Llullaillaco.
Pero hay otra cosa con la que me persuade: su innegable magnetismo, producto de una belleza que desconcierta y que potencia una presencia estética que, sin dudas, a mí al menos, me seduce con ardor y me avasalla de placer, me guía en suma.
La causa de la belleza del Tunupa fue un cataclismo. La belleza del Tunupa es la consecuencia de la reventazón del cráter del volcán. Y esa belleza está allí, al desnudo, descarnada, destripada habría que decir, porque es la belleza del magma, la belleza del interior mineral y viviente del planeta que explotó y se expone, las entrañas de la Pachamama, y uno se queda frío si va y sube hasta los bordes azufrosos del agujero volcánico y lo mira desde ahí y se ofrenda al destino. Es otro viaje, hacia arriba, ascensional: pregunten al mismo y bendito Carlitos dónde es que quedan las Apachetas del Tunupa y suban y vean las marcas de un espectáculo, tan antiguo que pocos lo rememoran, pero que el sólo intuirlo –las lavas en danza, el caos desplegado, el caos desafiando-, si te animas, te provoca una conmoción tan fuerte que hasta las piedras elevadas en apachetas pueden que se muevan, como sucedió una vez que subimos hasta allí en compañía de Ricardo Solíz Alanes, Juan Cadena y un perro de la comarca, que no le tiene miedo a los abismos, ni a las alturas.
Seguí al volcán, como me indicó Carlitos, y caminando, caminando llegué a Coquesa y no había un alma en Coquesa, sólo una iglesia donde advertías esto: la cruz del portal no era la habitual, era la cruz cuadrada, la cruz sincrética de los Andes, y se ubicaba, de frente y de manera inequívoca, en dirección a la cumbre del cerro, del Tunupa. ¿La guerra mágica, la resistencia mística o qué?—recuerdo que pensé. Delante de la puerta de la iglesia, había también una cabeza de cóndor, tallada en piedra, un “mallku” mirando al este, hacia donde sale el sol y se yergue otra montaña emblemática: el Tata Cuzco, cerro macho, pareja de la Tunupa, cerro-brújula también si vas hacia los lados de Pulacayo, la gran mina roja.
Cuando reinicié la marcha hacia Aike, sonó un tambor a la distancia, sonaron sus redobles lejos pero lejos-lejos: poblaron de designios el aire y su silencio y mi corazón con una certeza: ya estaban celebrando, era una señal de vísperas, de vida, de resistencia, de fiesta.

* * *

Comemos un plato de habas sin sal con Plácido. La tarde se va muriendo, el celaje es tan impactante, tan vívido, que no hay manera de evadirse y lo agasajamos en silencio a veces, otras veces Plácido me va contando sus cosas, y ahora que se le sube el trago por la emoción, me pregunta si es que al año que viene, también voy a volver… ahora que recién acabo de hacerlo.
Eso acotaba el brasileño Bernardo Carvalho en su novela Nueve noches: en las soledades de la tierra, en los lugares olvidados o a los que nadie va, cuando alguien te quiere, te quiere para siempre, y te quiere posesivamente, y en el fondo inasible de sus sentimientos, en realidad no quiere que te vayas, quiere que te quedes nomás, aunque también, en las honduras de su alma, sabe, siente, que un día te vas a ir y que no vas a volver nunca más. Por eso, esos momentos que se comparten, esa fraternidad de los desiertos, de las selvas, de los fines del mundo, son tan intensos que quedan labrados en tu interior y no pueden borrarse. Por eso, los evoco aquí; por eso, aunque eso no puedo saberlo, quisiera también que así lo sientan.
Mientras la noche llega y juego con el niño a arrojarnos piedras (o podría decir que simplemente “nos cagamos a kalazos”), y el niño, de tan sólo tres años, en un arrebato, me arroja su camioncito de lata y nos morimos de risa ambos, vemos a alguien que se aproxima, una sombra que atraviesa el paraje. Es don Julio, y viene con Leocadia, a la que alguna vez bauticé como “la Janis Joplin del salar”, y que es su hija. Julio tiene 75 años, pero vos no acertarías ni de cerca a darle tal cantidad de pasado. Julio carga una borrachera adorable, un trancazo de aquellos. Cuando nos miramos a los ojos, y también me reconoce, simplemente me dice:
— “Huayna Chullpa”, ¡te estaba esperando!— Huayna Chullpa era un apodo que me ganè por esos lados. La complicada traducción se las evito, pero es una muestra de simpatía.
—Ven, hermano, vamos a “challarnos” por tu camino…
Ya era oscuro y cerrado cuando emprendimos la travesía hacia Jirira, hacia el corazón de la fiesta. No caminamos, fuimos a bordo de la Ford de Julio, una camioneta tan vieja como la desgracia y que dejó de funcionar en medio de las arenas, en medio de la noche, en medio de la nada.
Cuando eso pasó –medio Aike venía encima del cacharro-, vino el momento de gracia e inspiración definitiva: mientras Julio se afanaba vanamente con el motor, Leocadia proclamó que ya lo iba a arreglar ella y fue entonces que se aclaró la garganta con un sorbo de quemapecho y se puso a cantar un huayno, sí, un huayno que empezaba así: “mi forcito, mi forcito… ¿dime el mal que te echo yo?”.
De repente, en el medio de las arenas, en el medio de la noche, en el medio de la nada, estábamos todos bailando, y repitiendo sin cesar y como mantra: “mi forcito, mi forcito”. De repente, Leocadia, maga y maestra de la ceremonia, pegó un grito y ordenó que toda la banda de gitanos suba a la movilidad. Estaba a su lado, polleras rozando vaquero, cuando le pidió a su padre, a don Julio, que de una vez arrancara porque llegaríamos tarde a la otra fiesta donde se reunirían todas las comunidades; que encendiese el motor, de una vez pues, tatita. Y el motor, encendió.
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Río Abajo, 1º de agosto de 2013, inicio del mes de la Madre Tierra

La deforestación en Pando nos puede llevar a un desastre ambiental y a la destrucción de la biodiversidad amazónica

 Abrahán Cuéllar Araujo

Lo que están planteando  algunas autoridades es el desarrollo y la promoción del agro negocio; de la agricultura y la ganadería a gran escala lo cual es totalmente contraria a la vocación forestal en esta región amazónica y nos llevaría a un desastre ambiental y  a la destrucción de la biodiversidad que es nuestro mayor patrimonio

El director de Medio Ambiente del Gobierno Municipal de Cobija, Adibaldo  Moura Silva, anunció en una nota de prensa, (1)  que es necesario la destrucción del 40 por ciento del  bosques de Pando para buscar el desarrollo industrial  regional y, principalmente, para construir centrales hidroeléctricas.
El argumento que esgrimió es la necesidad de un plan para ejecutar proyectos de desarrollo ya que el crecimiento del sector está estancado por falta de industrias y energía eléctrica de generación propia. Explicó explicó a Página Siete que esta destrucción de la superficie forestal se llevará adelante a mediano plazo para mejorar la calidad de vida de la población y que es  difícil realizar actividades económicas sin hacer una deforestación, sin tumbar bosques.
Esta autoridad agregó que la elaboración del plan de desforestación tendría que ser consensuado con autoridades municipales, departamentales y asambleístas de la región y que se deben llevar a cabo reuniones de información y socialización con diferentes sectores sociales.
Esta propuesta de destrucción del bosque precisamente planteada por una autoridad medioambiental es preocupante por el desconocimiento o por la falta de un análisis integral y crítico sobre la  realidad económica y socio- ambiental del departamento amazónico de Pando.
Lo que está planteando Edivaldo Moura es el desarrollo y la promoción del agro negocio; de la agricultura y la ganadería a gran escala lo cual es totalmente contraria a la vocación forestal en esta región amazónica y nos llevaría a un desastre ambiental y  a la destrucción de la biodiversidad que es nuestro mayor patrimonio.
La Amazonía no tiene vocación agrícola y ganadera porque sus suelos son frágiles y con el tiempo la erosión se convierte en un problema difícil de resolver. Estas actividades económicas aparte de destruir el bosque despojan y expulsa de sus territorios a indígenas y campesinas obligándolos a migrar a las ciudades aumentando los cordones de pobreza urbana. Es el ejemplo del Municipio de Cobija que tiene el 80 por ciento de su cobertura desforestada destinada a la ganadería que solo beneficia a pequeños grupos de poder y la mayoría de la población migró a las periferias de la ciudad; viven en condiciones de pobreza y han perdido el acceso al territorio y a los recursos naturales.
Históricamente el norte amazónico, del  cual forma parte todo el departamento de Pando ha desarrollado actividades económicas sin destruir el bosque. Desde el siglo pasado hasta la década del ochenta la extracción de la goma y actualmente la explotación de la castaña amazónica y la extracción de madera son las actividades en las cuales no es necesario destruir el bosque.
Si bien es cierto que existe una necesidad de industrialización de los recursos naturales esta debe ser de acuerdo a la realidad, a la vocación y al potencial existente en la Amazonía. Se debe desarrollar la industrialización de la madera, la castaña, la goma, la piscicultura, frutas tropicales, resinas, aceites vegetales, artesanías, productos farmacéuticos y la biotecnología. En Chile por ejemplo, sin ser un país forestal, la industria de la madera tiene ingresos superiores a los que tiene Bolivia por concepto de exportación de gas. Una hectárea de lagunas artificiales puede albergar cientos de miles de peces y tener mejor rendimiento que 100 hectáreas desforestadas con ganado vacuno.
El desarrollo de la industria sin chimenea, el ecoturismo es otro potencial que es necesario apoyar y que tiene resultados palpables en la Amazonía Sur; en Rurrenabaque, el Madidi y Pilón Lajas.
El desarrollo económico con preservación de la Amazonía es posible, es real; no hay que inventar nada solo hay que transferir experiencias, tecnologías y elaborar proyectos con calidad con expertos junto al conocimiento tradicional de la población indígena y de florestanos (2).
Respecto a la necesidad energética es conocida la intención del gobierno y autoridades locales de construir la hidroeléctrica de Cachuela Esperanza lo cual es un error por el alto impacto social y ambiental. Significa inundar 500 kilómetros cuadrados de bosques castañeros, desaparecerían 50 comunidades indígenas y florestanas que tendrían que migrar a  las periferias urbanas. Desaparecerían los peces de la cuenca amazónica porque no podrían migrar a desovar al no poder pasar el muro de la represa. Este efecto ya se siente a causa de la construcción de las Represas de San Antonio y Jiraú en Rondonia Brasil.
Los millones de dólares que se invertirían en la construcción de la Hidroeléctrica de Cachuela Esperanza resolverían el problema de pobreza de todo el norte amazónico a través de un plan de desarrollo integral participativo de acorde con la realidad y las verdaderas necesidades locales; distribuyendo  los bienes comunes con justicia social.
La alternativa energética es construir pequeñas y medianas hidroeléctricas en los ríos Yata y Genesguaya en la provincia Vaca Diéz,  Tahuamanu y Buyuyo en Pando. Otras opciones energéticas es la biomasa abundante en la Amazonía. 
El chip mental del desarrollismo  nos está llevando a buscar el crecimiento económico a toda costa sin importar los elevados costos e impactos sociales y ambientales. Hace falta debate amplio, fraterno, de frente con todos los actores sociales y autoridades de la región para comprender que otro modelo de desarrollo es posible para evitar el ecocidio y la desolación en la Amazonía.
Notas:
1.        Pando perfila aumentar su nivel de deforestación hasta un 40%. Claudia Soruco / Cobija, Pando - 28/07/2013- Pagina Siete.
2.        Florestanos. Concepto que viene de florestanía, que significa que vive en la floresta o en el bosque. Si se trata de descolonizarnos el concepto de campesinos es equivocado porque la gente no vive en el campo, sino en el bosque.