La lucha por un ambiente mejor no puede ser separada de la lucha por una sociedad mejor (GUILLERMO FOLADORI)

viernes, 18 de octubre de 2013

Sentir que estás

Pablo Cingolani

Habito en la morada del abismo donde los cerros te cortejan siempre. A todo momento, los vives, los sientes, te sacuden
Hay los cerros rojos que asemejan sangrar la sangre de aquel que sangró por todos nosotros, o si quieres —entre vos y yo— la sangre que sangraron nuestros compañeros, nuestros mártires que son los que más me espejean estos cerros carmesí y bermejo que veo desde mi ventana, tan absurdamente yo, que estoy vivo
Digo que, y con esto tal vez me precipite en la emoción de lo que escribo: nuestros amados muertos son los tales cerros, especialmente los que chorrean rojo, cobre y hierro que se oxida, sangre de nuestra sangre y amén
Hay también los cerros verdes y los azules, esos que labran el horizonte, esos que te seducen con la perspectiva, esos que evocan
Las mil y una batallas que libraste —y que se pierden en ese horizonte que insinúa otros horizontes y así hasta el infinito
Las mil y una batallas que vas a librar, y se conjugan con el escarlata de cerca y el índigo y la esperanza a lo lejos, y todos juntos componen una sinfonía o un sentimiento de eso que podemos decir que es el destino
Hay también los cerros, los cerros que no son ni verdes ni azules ni rojos, que son cerros nomás
Describirlos es desatinado. Son cerros nomás. Despojados de esa belleza que irradia y que redime y que provocan el rojo, el azul y el verde, ¿vos dirías que son menos que los otros cerros?
A estas montañas terrosas, hechas de puro desecho y de agonía, las he caminado siempre, las he amado, yendo y viniendo, como si fueran un cuerpo segundo, y  me transitase, y caminase encima de mí mismo
Son el tapiz del planeta. Su elevado tapiz
Caminando por esos cerros, siento que estoy. Siento que estoy caminando por la piel del mundo. Y la voy lamiendo de sus heridas con mis zapatos. Y la voy honrando paso a paso, sintiéndola, viva y nutriente, bajo mis pies
Sucede que, a veces, todo es demasiado como cantaba Jorge Harrison, y entonces no me basta caminarlos a estos cerros, a los cerros sin colores que vibren y que son la mayoría de los cerros, y me recuesto  y me olvido de todo por un momento y acostado siento toda la energía de la tierra
Fue así que supe que debía construir apachetas
Es el exacto y preciso lugar donde sabes, donde sientes, que el cosmos reclama, que el universo te llama
Y entonces vas y colocas una piedra negra sobre una piedra blanca —y te bebes siempre un embriagante trago de Vallejo
Y luego agregas una piedra roja —la piedra que marca a los compañeros
Y luego una piedra verde —la piedra de la fe
Y para terminar una piedra azul —la piedra del color del mar en el medio de las montañas
Y por si acaso, y tú lo sabes mejor que yo, le metes una piedra imán, para que cuajen y se potencien todas las otras piedras
Y cuando el monolito de rocas se alce al sol y a la luna, cuando desde allí puedas invocar a todos los altísimos, a los de la paz y a también a los de la guerra, cuando desde ese confín, que es también principio, puedas invocarlos
Al Buda que va desnudo y sagrado por los eternos Himalayas
Al Gran Señor Alejado y al Gran Señor Que Resplandece, descalzos por los desiertos y amparando a nuestros hermanos hostigados
A Calibán, Rey del fin de todos los fines del mundo
A Viracocha, Padre y Metáfora de los Andes
A Isidoro Ducasse, Conde de Lautremont y de Pulpos y de Percebes, nacido en el puerto de Montevideo
A Manuel Scorza, que fue un narrador de maravillas, de vicuñas y de insurrectos y murió en un accidente de vuelo
A mi padre y a mi madre que me parieron
A Spinetta y a Jaime Bateman que me hicieron crecer y ser libre
Cuando desde allí —desde esa encrucijada que te procuraste, que has construido con tus propias manos, piedra negra sobre piedra blanca, sobre piedra roja, sobre piedra verde, sobre la definitiva piedra azul, vas a sentir que estás, que te estás y que nada puede moverte
El desenlace del destino lo forjas solo vos, nadie más que vos. No le podés pedir a Bob Dylan que componga tu epitafio, ni que Amy o la Janis vengan a cantar a tu tumba
Este es el plan: vos sólo podés alzar una piedra encima de otra, una-piedra-encima-de-otra, y así hasta que te subleven
Vos sólo podés lograr que cada piedra te libere, te envuelva en su gracia, te vuelva como ella
Cuando sientas esa paz, cuando te penetre tanta gratitud, serás feliz para siempre
Vas a sentir que estás, vas a estarte
Vas a sentir, vas a sentirte
Vas a reír, vas a llorar
Vas a ir y también vas a volver
Eso es ser feliz, para siempre.