La lucha por un ambiente mejor no puede ser separada de la lucha por una sociedad mejor (GUILLERMO FOLADORI)

miércoles, 10 de septiembre de 2014



En defensa de la democracia

Wilhelm Reich


Ha llegado el momento de ser honestos-, la dictadura autoritaria no existe únicamente en los Estados totalitarios. Se encuentra tanto en la Iglesia como en las organizaciones académicas, entre los comunistas tanto como en los gobiernos parlamentarios. Es una tendencia humana general que nace de la supresión de la función vital y constituye, en todas las naciones, la base de la psicología de las masas para aceptar e instaurar las dictaduras. Sus elementos básicos son la mistificación del proceso de la vida; la desvalidez material y social existentes; el miedo a la responsabilidad de plasmar la propia vida; y, en consecuencia, el ansia de una seguridad ilusoria y de autoridad, pasiva o activa.
El auténtico anhelo de democratizar la vida social, tan antiguo como el mundo, se basa en la autodeterminación, en una socialidad y moralidad naturales, en la alegría en el trabajo y la felicidad terrenal en el amor. Quienes sienten ese anhelo consideran toda ilusión un peligro. Por lo tanto, no temerán la comprensión científica de la función vital, sino que la usarán para conocer a fondo los problemas decisivos relacionados con la formación de la estructura del carácter humano; de ese modo, serán capaces de dominar estos problemas no de una manera ilusoria, sino científica y práctica. Por todas partes luchan los hombres a fin de transformar una democracia que es mera forma en una verdadera democracia para todos aquellos empeñados en un trabajo productivo, una democracia del trabajo, es decir, una democracia fundamentada en una organización natural del proceso del trabajo.
Si bien no pertenezco a ninguna organización religiosa o política, tengo sin embargo un concepto definido de la vida social. Este concepto es —en contraste con todas las variedades de las filosofías políticas, puramente ideológicas o místicas— científicamente racional. De acuerdo con el mismo, creo que no habrá paz permanente en nuestra tierra y que todos los intentos de socializar a los seres humanos serán estériles mientras tanto los políticos como los dictadores de una clase u otra, que no tienen la menor noción de las realidades del proceso vital, continúen dirigiendo masas de individuos que se encuentran endémicamente neuróticos y sexualmente enfermos. La función natural de la socialización del hombre es garantizar el trabajo y la realización natural del amor. Esas dos actividades biológicas del hombre siempre han dependido de la investigación y del pensamiento científicos. El conocimiento, el trabajo y el amor natural son las fuentes de la vida. Deberían también ser las fuerzas que la gobiernan, y su responsabilidad total recae sobre todos los que producen mediante su trabajo.
Si se nos preguntara si estamos a favor o en contra de la democracia, nuestra contestación sería: queremos una democracia, inequívoca y sin concesiones. Pero queremos una democracia auténtica en la vida real, no simplemente en el papel. Apoyamos una realización total de todos los ideales democráticos, se trate del "gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo", o de "libertad, igualdad, fraternidad". Pero añadimos un punto esencial: "¡Hagan desaparecer todos los obstáculos que se encuentran en el camino de su realización! ¡Hagan de la democracia una cosa viva! ¡No simulen una democracia! ¡De otro modo el fascismo ganará en todas partes!"
La higiene mental en gran escala requiere oponer el poder del conocimiento a la fuerza de la ignorancia; la fuerza del trabajo vital a toda clase de parasitismo, sea económico, intelectual o filosófico. Sólo la ciencia, si se considera seriamente a sí misma, puede luchar contra las fuerzas que intentan destruir la vida, dondequiera que ello suceda y cualquiera sea el agente que las desata. Es obvio que ningún hombre solo puede adquirir el conocimiento necesario para preservar la función natural de la vida. Un punto de vista científico, racional de la vida, excluye las dictaduras y requiere la democracia del trabajo.
El poder social ejercido por el pueblo y para el pueblo, basado en un sentimiento natural por la vida y el respeto por la realización mediante el trabajo, sería invencible. Pero este poder no se manifestará ni será efectivo hasta que las masas trabajadoras y productivas no se vuelvan psicológicamente independientes, capaces de asumir la responsabilidad plena de su existencia social y determinar sus vidas racionalmente. Lo que les impide hacerlo es la neurosis colectiva, tal como se ha materializado en las dictaduras de toda índole y en galimatías políticos. Para eliminar la neurosis de las masas y el irracionalismo de ia vida social; en otras palabras, para cumplir una auténtica obra de higiene mental, necesitamos un marco social que permita, antes que nada, eliminar las necesidades materiales y garantizar un desarrollo sin obstáculos de las fuerzas vitales de cada individuo. Tal marco social no puede ser otro que una auténtica democracia.
Pero esa democracia auténtica no es algo estático, no es un estado de "libertad" que pueda ser otorgado, dispensado o garantizado a un grupo de personas mediante organismos gubernamentales que ellos han elegido o que les han sido impuestos. Por el contrario, la verdadera democracia es un proceso difícil, lento, en el cual las masas del pueblo protegidas por la sociedad y las leyes, gozan -de ningún modo "toman"-de todas las posibilidades para educarse en la administración de la vida individual y social, es decir, viviente, y de progresar hacia mejores formas de existencia. Por lo tanto, la verdadera democracia no es un estado perfecto de goce, igual a un hombre viejo, glorioso guerrero del pasado; antes bien, es un proceso de constante lucha contra los problemas presentados por el desarrollo lógico de pensamientos nuevos, descubrimientos nuevos y nuevas formas de vida. El desarrollo hacia el futuro es coherente e ininterrumpido cada vez que los elementos antiguos y caducos, después de haber cumplido su función en una etapa anterior de la evolución democrática, tengan la sabiduría suficiente para ceder el paso a lo joven y nuevo: la sabiduría suficiente para no asfixiarlo en nombre de su prestigio y autoridad formales.
La tradición es importante. Es democrática siempre y cuando cumpla la función natural de proporcionar a la nueva generación experiencias buenas y malas del pasado, permitiéndole así aprender de los antiguos errores y no recaer en los mismos. Por otra parte, la tradición destruye la democracia si no deja a las generaciones venideras ninguna posibilidad de efectuar su propia elección, y si intenta dictaminar —una vez que han cambiado las condiciones de vida— qué es lo que debe considerarse "bueno" o "malo". La tradición tiene la costumbre de olvidar que ha perdido la capacidad de juzgar aquello que no es tradición. El adelanto del microscopio, por ejemplo, no se logró destruyendo el primer modelo, sino preservándolo y desarrollándolo con arreglo a niveles superiores del conocimiento humano. Un microscopio del tiempo de Pasteur no nos permite ver lo que hoy busca el investigador de virus. ¡Pero es inconcebible imaginar el microscopio de Pasteur con autoridad y ambición suficientes como para prohibir la existencia del microscopio electrónico! Existiría el mayor respeto por todo lo que se va transmitiendo, no habría ningún odio, si la juventud pudiera decir libremente y sin peligro: "Esto lo tomamos de vosotros porque es sólido, honesto, porque todavía es válido para nuestra época y susceptible de ser desarrollado más aún. Pero esto otro lo rechazamos. Fue verdadero y útil en vuestra época. Pero para nosotros se ha vuelto inútil." Naturalmente, esa juventud deberá prepararse a aceptar más tarde la misma actitud de parte de sus hijos.
La evolución de la democracia de preguerra en una democracia del trabajo total y verdadera, significa que todos los individuos adquieran la capacidad para una determinación auténtica de la propia existencia, en cambio de la actual determinación formal, parcial e incompleta. Significa sustituir las tendencias políticas irracionales de las masas por un dominio racional del proceso social. Esto requiere una constante autoeducación del pueblo en el ejercicio de la libertad responsable, reemplazando la espera infantil de una libertad ofrecida en bandeja de plata o garantizada por otra persona. Si la democracia ha de desarraigar la tendencia humana a la dictadura, tendrá que demostrarse capaz de eliminar la pobreza y procurar una independencia racional del pueblo. Esto y únicamente esto, merece el nombre de desarrollo social orgánico.
En mi opinión, las democracias europeas perdieron su batalla contra las dictaduras porque existían demasiados elementos formales en sus sistemas y eran escasos los auténtica y prácticamente democráticos. El miedo a todo lo que está vivo caracterizaba la educación en todos sus aspectos. La democracia fue tratada como un estado de libertad garantizada y no como un proceso para el desarrollo de la responsabilidad colectiva. Además, los individuos de las democracias fueron y son aún educados para someterse a la autoridad. Eso es lo que los acontecimientos catastróficos de nuestros tiempos nos han enseñado: educados para volverse mecánicamente obedientes, los hombres roban su propia libertad; matan a quien se la otorga, y se fugan con el dictador.
No soy político y nada conozco de política, pero soy un científico socialmente consciente. Como tal, tengo el derecho de manifestar la verdad que he descubierto. Si mis aseveraciones son de tal índole que puedan promover un mejor orden de las condiciones humanas, sentiré entonces que mi trabajo ha logrado su propósito. Después del colapso de las dictaduras, la sociedad humana tendrá necesidad de verdades, y en particular de verdades impopulares. Tales verdades, que tocan las razones no reconocidas del caos social actual, prevalecerán tarde o temprano, lo quiera o no la gente. Una de estas verdades es que la dictadura arraiga en el miedo irracional a la vida por parte del pueblo en general. Quien represente esas verdades se encuentra en gran peligro, pero puede esperar. No necesita luchar por el poder para imponer la verdad. Su fuerza consiste en conocer hechos que generalmente son valederos para toda la humanidad. No importa cuan impopulares puedan ser esos hechos: en tiempos de necesidad extrema la voluntad de vivir de la sociedad forzará su reconocimiento, a pesar de todo.
El científico tiene el deber de preservar su derecho de expresar su opinión libremente en cualquier circunstancia, y de no abandonar ese privilegio a los abogados de la supresión de la vida. Mucho se habla del deber del soldado de dar su vida por la patria. Pero poco se menciona el deber del científico de defender, en todo momento y a cualquier precio, lo que reconoce como verdad.
El médico o el maestro sólo tienen una obligación: practicar su profesión firmemente, sin transigir con los poderes que intentan suprimir la vida, y considerar únicamente el bienestar de quienes están a su cuidado. No pueden representar ideologías que se hallen en conflicto con la verdadera tarea del médico o maestro.
Quien dispute ese derecho al científico, al médico, al maestro, al técnico o al escritor y se llame a sí mismo demócrata, es un hipócrita o por lo menos una víctima de la plaga del irracionalismo. La lucha contra la peste de la dictadura es desesperada sin un verdadero empeño y un interés profundo por los problemas del proceso vital, ya que la dictadura vive —y sólo puede vivir— en la oscuridad de los problemas no resueltos del proceso vital. El hombre está desvalido cuando carece de conocimiento; esta impotencia nacida de la ignorancia es terreno fértil para la dictadura. Un orden social no puede ser llamado democracia si tiene miedo de plantear cuestiones decisivas, o de encontrar respuestas inesperadas, o de enfrentar el choque de opiniones sobre el tema. Si tiene esos temores, se derrumba ante el más insignificante ataque llevado a cabo contra sus instituciones por parte de los posibles dictadores en potencia. Tal es lo que aconteció en Europa.
La "libertad de cultos" es una dictadura mientras no exista "libertad para la ciencia", y consiguientemente, libre competencia en la interpretación del proceso vital. Debemos de una vez por todas decidir si "Dios" es una figura todopoderosa, barbuda, en los cielos, o la ley cósmica de la naturaleza que nos gobierna. Únicamente cuando Dios y la ley natural son idénticos pueden reconciliarse la ciencia y la religión. Hay sólo un paso de la dictadura de quienes representan a Dios en la tierra, a la de quienes desean reemplazarlo en ella.
La moralidad también es una dictadura si su resultado final es considerar que todas las personas que poseen un sentimiento natural por la vida, están en el mismo nivel que la pornografía. Quiérase o no, así se prolonga la existencia de la obscenidad y se lleva a la ruina la felicidad natural en el amor. Es necesario sentar una protesta contundente cuando se califica de inmoral al hombre que basa su conducta social en leyes internas y no en formas compulsivas externas. Las personas son marido y mujer no porque hayan recibido los sacramentos sino porque se sienten marido y mujer. Es la ley interna y no la externa la medida de la libertad auténtica. La hipocresía moralizadora es el enemigo más peligroso de la moralidad natural. La hipocresía moralizadora no puede combatirse con otro tipo de moralidad compulsiva, sino con el conocimiento de la ley natural de los procesos sexuales. La conducta moral natural presupone la libertad de los procesos sexuales naturales. Recíprocamente, la moralidad compulsiva y la sexualidad patológica corren parejas.
La línea de compulsión es la línea de menor resistencia. Es más fácil exigir disciplina y reforzarla con la autoridad, que educar a los niños mediante una iniciación gozosa en el trabajo y la conducta sexual natural. Es más fácil declararse omnisciente "Führer" enviado de Dios y decretar lo que deberán pensar y hacer millones de personas, que exponerse a la lucha entre lo racional y lo irracional surgida del choque de opiniones. Es más fácil insistir en las manifestaciones de respeto y amor legalmente determinadas, que conquistar la amistad mediante una conducta auténtica y decente. Es más fácil vender la propia independencia a cambio de una seguridad económica, que llevar una existencia independiente responsable, y ser su propio dueño. Es más fácil ordenar a los subordinados lo que deben hacer, que guiarlos respetando al mismo tiempo su individualidad. Esta es la razón por la cual la dictadura es siempre más fácil que la democracia verdadera. He aquí por qué el indolente líder democrático envidia al dictador y trata de imitarlo con sus medios inadecuados. Es más fácil representar lo vulgar y más difícil representar la verdad.
Quien no tiene confianza en lo viviente, o la ha perdido, es presa fácil del miedo subterráneo a la vida, procreador de dictadores. Lo que vive es en sí mismo razonable. Se convierte en una caricatura cuando no se le permite vivir. Si es una caricatura, la vida únicamente puede crear pánico. Por eso, sólo el conocimiento de lo que está vivo puede expulsar el terror.
Sea cual sea el resultado, para las generaciones venideras, de las luchas sangrientas de nuestro mundo dislocado, la ciencia de la vida es más poderosa que todas las fuerzas negativas y todas las tiranías. Fue Galileo y no Nerón, Pasteur y no Napoleón, Freud y no Schickl-Gruber, quienes sentaron las bases de la técnica moderna, combatieron las epidemias, quienes exploraron la mente; quienes, en otras palabras, dieron un fundamento sólido a nuestra existencia. Los otros nunca hicieron otra cosa que abusar de las realizaciones de los grandes hombres para destruir la vida. Puede reconfortarnos el hecho de que las raíces de la ciencia llegan a profundidades infinitamente mayores que la confusión fascista de hoy.
Fuente: Wilhelm Reich. La función del orgasmo (1955)



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