Tania Roura
Cuando la conquista del Dorado se inició, la gran boa mujer serpenteaba
desde la memoria del tiempo por la selva amazónica, ella, la serpiente cósmica,
era el gran río con sus largos y enormes brazos de agua, con sus apacibles
remansos y sus cálidas y fecundas lagunas.
Ella le contaba sus secretos a la otra gran señora, a la Jaguar. A la
dueña de las tierras y los árboles, de los monos, los tapires y las dantas. A
la Poderosa, la que paría el yopo, la ayahuasca y el curare, la dueña del olor
de la canela. Ellas juntas corrieron la voz para ocultar las espléndidas
ciudades imaginadas por Pizarro u Orellana, los tronos de oro soñados por Vasco
Da Gama, las piedras preciosas buscadas por cualquier otro español sediento de
riquezas. Disfrazaron al ispingo con mantos de musgo y orquídeas, escondieron a
sus hijos y convocaron con el sonido del manguaré a cerrarles el paso a los
extraños.
Orellana y sus hombres cuentan de la presencia de altas y fuertes
mujeres, armadas con arcos y flechas; con descomunales mazas de piedra y
espinosos troncos, que les amenazaban desde la orilla del gran río. Estas
mujeres comandaban _dicen_ a muchos hombres guerreros. Uno de ellos fue hecho
prisionero por los españoles y después de interrogarlo (¿?) supieron del poder
de esas atemorizantes mujeres. Eran señoras de más de sesenta aldeas, donde los
hombres pasaban por sirvientes y esclavos y sólo los admitían cerca para ser
fecundadas. El interrogado también les contó que en la vagina de ellas habitaba
la piraña de múltiples y filosos dientes y que poseerlas sin su consentimiento
significaba la castración más eficaz y dolorosa.
La alucinación y el cansancio de los conquistadores por semanas de
terror, mosquitos y fiebres, dentro del desconocido mundo de la selva; se unió
a los cuentos y amenazas del indígena interrogado quien, para alejarlos de su
pueblo y de las mujeres indias, no escatimó imaginación en sus relatos, hechos
además en una lengua desconocida para recibir el aporte creativo del traductor.
Nació así el mito de las Amazonas, muy parecidas a las de la mitología
griega pero con el "salvajismo" que se les atribuía a los indígenas.
El mito le puso el nombre al inmenso río y a la selva circundante.
Más allá del mito y la leyenda las amazonas, las mujeres que habitan la
cuenca, han sido guerreras, defensoras de la maloca, y las mayores responsables
en conservar la descendencia de un pueblo condenado al genocidio y al
desconocimiento sistemáticos. Ellas en canciones de cuna y en cuentos
parsimoniosos para aplacar el miedo, han susurrado al oído de hijos e hijas la
historia de su pueblo, sus orígenes, sus valores. Ellas han enseñado a su
descendencia el amor al gran espíritu de la selva mientras fabricaban las delgadas
vasijas de arcilla o trituraban la yuca para el casabe.
(*) Revista Iniciativa Amazónica Nº 8, noviembre 2003; tomado del
Boletín 79 de World Rainforest Movement.
Ellas les mostraron las diferencias entre la dentada hoja que mata y la
casi exacta que cura. Instruyeron a los hijos para guardar el fuego en las
largas caminatas y a las hijas a esconder las semillas en los pliegues de su
cuerpo para volver a sembrarlas en tierra propicia cuando de huir de los
usurpadores, selva adentro, hubiesen terminado.
Ellas delgadas, pequeñas y sonrientes, armadas apenas de una sonrisa
maliciosa, desarmaron a los frailes y misioneros de su cruz y vistieron a la
serpiente cósmica con el manto de María. Y cuando les tocó pelear con saña o
envenenar el agua, lo hicieron.
Cuando les tocó abandonar a los hijos en manos más seguras lo hicieron
sin llorar, esperanzadas en salvar lo que quedaba de su etnia.
Fueron presas fáciles del tráfico de esclavos, de los perros amaestrados
en dejarles sin rostro, de la lascivia de los conquistadores, curas y colonos,
de las gripes y viruelas pero aun así continuaron cantando a sus dioses y a sus
espíritus vengadores. Perdieron a sus maridos, a sus abuelos y sus nietos pero
continuaron pariendo para permanecer en la memoria.
También ellas sangraron al caucho para que esa leche convertida en vales
para comprar en la tienda del cauchero alimentase a sus hijos. Lavaron el oro y
picaron las rocas buscando el ónix y los diamantes para llenar las arcas de los
grandes mineros. Sembraron la coca y escogieron las mejores hojas para engrosar
las cuentas bancarias de los capos.
Hoy que su piel se llaga al contacto del humo de las fumigaciones y que
el agua contaminada por la explotación del petróleo y el oro envenena su
cuerpo, siguen pariendo hijos para resistir la usurpación.
Hoy son las organizadoras, las maestras, las dirigentes indígenas. Hoy
siguen siendo las mamás de la sabiduría, la vida, la continuidad, las
guardianas del pasado. Las grandes amazonas.
http://www.grain.org/fr/article/entries/1043-mujeres-amazonicas
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