Pablo Cingolani
Algunos piensan que andar a pie es un arte basado en el
don de deambular cuya etimología asocian a la Tierra Santa: Ambulare Pro Deo. Dicen que los niños
franceses en la Edad Media al ver pasar a los vagabundos que pedían limosnas so
pretexto de encaminarse a los Santos Lugares, gritaban: “Va a Sainte Terre, va a Sainte Terre”. De allí, saunterer,
peregrino, y de allí, por Calais, cruzó el canal y luego el océano y es Thoreau
el que lanzó la conjetura del origen del término.
Por estos lados del mundo, la palabra para designar eso
sería tumayco, andariego. Así nos
bautizamos con Gabriel Guzmán y Marvin Montes una vez que fuimos a vagar por
los lados de Huari, el santuario de Quillacas, Salinas de Garcí-Mendoza y los
salares del sur. Los changos tenían razón. En el diccionario de Bertonio, tumatha es andar de pueblo en pueblo, o
de casa en casa, o de calle en calle.
Thoreau también planteó el interrogante que haría
descender a quien deambula de un más profano sans terre, sin tierra u hogar, despojando a la caminata de su
origen sagrado. Los tibetanos definían al ser humano como a-Gro-ba, “el que
marcha” y existe, en muchas culturas, una contraposición tajante entre quien
camina, quien itinera, quien va y aquellos que viven sedentarios, en casas.
Como sea, y aunque otras son las circunstancias actuales,
ir a pie devuelve el tiempo a lo humano y nos introduce de lleno en el espacio.
La cultura se suspende cuando vamos a pie ya que, inmersos en la naturaleza,
sus rigores y sus padecimientos, estamos lejos de todo y más de esa pretensión
absurda de la modernidad de dominarla, controlarla, renegar de ella. Cuando
caminamos somos parte del paisaje y, en ese entendimiento, sí, siempre vamos
hacia algún lugar sagrado, es más: lo tenemos debajo los pies.
Chatwin era un caminante feroz, como Rimbaud, que caminó “a
lo largo de sendas horribles como las que se presume existen en la luna”, como
escribió de las arideces del Ogaden africano el malogrado poeta francés en una
carta a sus familiares.
Chatwin, más que Thoreau –quien nunca caminó más allá de
los límites de su condado-, es quien sintetizó el espíritu de quien camina.
Dijo: La vida es un viaje para ser realizado a pie. Está escrito en el catálogo
de Ferrino, la fábrica italiana de carpas y bolsas de dormir más antigua del
mundo.
Antes, en América, para los viajeros a pie existían los
tambos indígenas y luego las postas, donde también paraban las carretas. Al
final, fueron reemplazadas por las gasolineras, “las estaciones de servicio”.
En la Patagonia, siguen siendo amables y aún es posible tomarse un buen vaso de
vino y seguir tu camino. Osvaldo Soriano tiene una novela hermosa sobre la
desesperanza, el desamor y el desconcierto que sucede alrededor de una de
ellas. Se llama Una sombra ya pronto
serás. Como la lectura, caminar desata la vida, inspira y nos devuelve la
luz.
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