Por Ramón Rocha Monroy - Columnista - 23/07/2013
Las
parcelas son en realidad telares. La roturación de la tierra debe ser perfecta
y armoniosa para que los duendes que habitan la tierra no huyan de ella y
permitan el crecimiento de las plantas y los tubérculos. Los bordes de la
parcela deben ser perfectos, así como los límites de la roturación. De este
modo, los duendes saltan en el telar y se quedan en él, del mismo modo que los
duendes saltan en la parcela y se quedan en ella como nutrientes.
Febrero fue quizás el mes más propicio de lo que va
del año porque viajé a Salta, y en esa hermosa capital todo se llama 20 de
febrero, porque se conmemora la batalla de Salta. Y mi cumpleaños. Conocí gente
maravillosa y me sorprendió la exquisita amabilidad de salteños y salteñas, que
aquí en el mundo andino y valluno deberíamos imitar sobre todo con los
forasteros. En una breve pero animada conversación con Verónica Ardanaz
hablamos de un libro inolvidable de Denise Arnold sobre lo que yo llamaría la
concepción textil de la vida. Tengo el ejemplar y hoy que estas valerosas
poetas llegaron a Cochabamba, se lo voy a entregar.
El libro cuenta que hace muchos años se degollaba
al enemigo o se le arrancaba el cuero cabelludo para dárselos a las mujeres
tejedoras. Éstas disponían los mechones en forma vertical y el huso con hilos
de colores les servía como sístole y diástole o respiración, lo cual les
permitía encerrar en un tejido (generalmente una faja para un recién nacido) los
atributos de coraje, valentía, valor u otros, del enemigo, que habían quedado
en su cabellera. Y para rematar, cuidaban mucho de que los bordes del nuevo
textil fueran armónicos y que el tejido se rematara de forma impecable. Así se
trataba de un tejido lleno de vida y atributos que influirían en el recién
nacido.
Las parcelas son en realidad telares. La roturación
de la tierra debe ser perfecta y armoniosa para que los duendes que habitan la
tierra no huyan de ella y permitan el crecimiento de las plantas y los
tubérculos. Los bordes de la parcela deben ser perfectos, así como los límites
de la roturación. De este modo, los duendes saltan en el telar y se quedan en
él, del mismo modo que los duendes saltan en la parcela y se quedan en ella
como nutrientes.
Las plazas de pueblo son también telares y las
danzas comunitarias son como el pase del huso para transmitir vida al tejido.
Hay una ceremonia que se produce cuando a los niños comienzan a soldarse los
huesitos, entre los cinco y seis años, que no por casualidad son el inicio de
la vida escolar. Los niños se sientan en una esquina y luego darán tres vueltas
la plaza. Los ancianos de la comunidad están atentos: si alguien completa las
tres vueltas, su vida será larga; si tiene algún tropiezo, los ancianos calculan
en qué ciclo les ocurrirá eso, si en la niñez y juventud, en la madurez o en la
vejez, según la vuelta. Si alguien se sale del circuito y se va por otra calle,
probablemente emigre de su comunidad y si detiene su carrera para ayudar al
caído, ése será buen dirigente.
He propuesto cumplir esa ceremonia en los
cumpleaños de esta sociedad urbana y a ratos cojuda, y las mamás tienen miedo
de ver esos pronósticos.
El libro es, por supuesto, mucho más rico que esta
descripción y espero que le sea útil a mi amiga Verónica. ¡Que viva Salta y sus
poetas! ¡Bienvenidos a Cochabamba!
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